«Quien dice la verdad no comete delito», Edward Snowden. Es cierto, y más todavía si esa verdad está calificada como delito, porque en este supuesto es una obligación ciudadana denunciar con nombre y apellidos, como ha hecho Snowden. Si constitucionalmente tenemos garantizado en España el derecho a la intimidad, tanto del domicilio como de las comunicaciones, salvo resolución judicial, ¿cómo es posible que se pueda mantener esta actitud tan pusilánime, por no decir pasiva (confiemos en que no sea colaboración activa) por el Gobierno del PP para que se lleven a cabo estos barridos masivos y salvajes, por indiscriminados, de las comunicaciones de los ciudadanos? ¿Por qué no se protesta a Obama, al menos con la energía de Merkel y Hollande? Si estas intromisiones en la intimidad están tipificadas como delito en nuestras leyes, ¿por qué no se persigue eficazmente tanto policial como judicialmente a los autores del espionaje generalizado, como delincuentes que son? ¿Por qué ese servilismo tan inusitado con el imperio? ¿Dónde queda nuestra dignidad?

Desde luego, no es Snowden el culpable de lo que pasa, sino quienes cometen tales fechorías y quienes las toleran, bien por acción o por omisión, en lugar de combatirlas decididamente. Es claro que no se deben suscribir convenios para espiar a la toda la ciudadanía de un país y del mundo entero, como ha hecho EE UU al mando de este lamentable Nobel de la Paz que es Obama. Si este penoso hecho se llegara a confirmar en nuestro país, podríamos afirmar que estaríamos ante un gravísimo atentado a la democracia. ¿No habíamos quedado en que tales métodos solo correspondían a los Estados totalitarios? ¿Y que la vulneración de la intimidad solo correspondía a regímenes de esta índole, contra cuya práctica la mejor vacuna es la democracia para no llegar a tal ignominia?

Parece evidente que no se puede llegar tan lejos con la excusa de la lucha contra el terrorismo. A quienes amparan estas prácticas con tal excusa, habría que decirles que no nos defiendan así de los terroristas. Que estamos ante la evidencia de que, en ese caso, el remedio es mucho peor que la enfermedad. Que no se puede sustituir el terrorismo, por el terrorismo de estado, el peor de los terrorismos, sin duda alguna.

Si lo que denuncia Snowden es la verdad, y todo indica hasta ahora que lo es, no es un delincuente, sino un héroe del siglo XXI, y como tal habría que tratarlo. Hacen falta muchos como él para salir de este infierno pseudodemocrático liderado por EE UU y sus satélites amigos, entre los que sin duda hay clases. Del millón doscientos mil miembros que tiene dedicados Obama al espionaje generalizado en el mundo, la pena es que no deserten al menos la mitad. Así se terminaría con la tiranía de esta repugnante práctica. Airear lo que se ventila en las putrefactas alcantarillas del Estado no debe ser una traición jamás.