Internet está lleno de fantasías delirantes sobre toda clase de teorías conspirativas. Veamos algunas: el hombre nunca llegó a la Luna; Juan el Bautista era enemigo de Jesús e intentó asesinarlo varias veces; la CIA invirtió 40 millones de dólares en la creación de Facebook; el terremoto de Haití fue causado por las radiaciones de las 180 antenas instaladas en Alaska por la Fuerza Aérea americana para investigar la ionosfera; la CIA y la mafia tramaron el asesinato de Kennedy; Scotland Yard urdió el accidente de tráfico en el que perdió la vida Lady Di; Hitler logró escapar de Berlín al final de la Segunda Guerra Mundial y vivió muchos años en Argentina (o en Chile, o en Bolivia, o en Paraguay: los lugares van cambiando según el origen geográfico de la teoría conspirativa); Jack el Destripador fue el médico personal y amante de la reina Victoria, quien le acompañaba a ejecutar sus crímenes por los callejones de Whitechapel; la CIA fabricó el virus del sida para exterminar a los homosexuales; John Lennon fue asesinado por orden del Vaticano; en el área 51 del desierto de Arizona hay un gigantesco laboratorio de investigación extraterrestre; los ataques del 11S fueron planificados por los servicios secretos americanos.

Hay muchas teorías más, por supuesto. Todas son simples disparates, pero en el mundo hay millones de personas que creen a pies juntillas que todas estas historias son ciertas. ¿Por qué? Porque el ser humano necesita fabricarse fábulas con las que pueda explicarse un mundo que no entiende o que no se atreve a comprender. Es muy cómodo creer que el mundo está gobernado por los servicios secretos americanos, o incluso por los extraterrestres de la zona 51 del desierto de Arizona, porque eso nos evita pensar que podemos tener algún papel en las acciones que de verdad podrían cambiar las cosas. ¿Para qué intentar cambiar las cosas que sí se pueden cambiar? ¿Y por qué no sustituir unos delirios disparatados por otros delirios no menos disparatados, sólo que de signo contrario o que nos convenzan más o no nos disgusten tanto?

Hay una frase reciente que se repite mucho en foros y blogs y en comentario de prensa: «Han montado la crisis para recortar nuestros derechos». La frase se escribe así, sin sujeto, como si fuera una frase impersonal. ¿Quiénes son los que han montado la crisis? Eso nunca se dice. Pero uno se pregunta cómo consiguieron crear la crisis estos misteriosos ellos que trabajaban en las sombras. Porque la crisis no surgió de la noche a la mañana y hubo miles de factores que intervinieron en cientos de lugares y en cientos de condiciones diferentes. ¿Cómo es posible montar una crisis que afecta a millones de personas y en muchos países distintos? ¿Cómo se organiza un complot en el que intervengan Berlusconi, los bajos impuestos en Irlanda, el hundimiento de la industria automovilística, el desplome de la construcción, la deslocalización industrial en Europa, la caída demográfica, la locura de los partidos políticos que gastaron „y gastan„ mucho más de lo que recaudan? ¿Cómo se hace eso? ¿Quién lo planifica, quién lo decide, quién lo lleva a la práctica? ¿Cómo organizaron las hipotecas subprime en Estados Unidos? ¿Y cómo se les ocurrió alentar la construcción del aeropuerto de Castelló? Así podríamos seguir y seguir.

La verdad es que hay gente que se ha aprovechado de la crisis, pero es muy arriesgado decir que ésta ha sido un fenómeno urdido por unos cuantos señores desde un despacho, igual que en su día se inventaron la llegada del hombre a la luna o fabricaron el virus del sida en un laboratorio secreto. No, no, nada es tan sencillo como se nos quiere hacer creer.