El PPCV reactiva Lo Rat Penat, que es la eterna casa del regionalismo conservador valenciano. Pido perdón, de entrada, por la consonancia: todo regionalismo es conservador. El regionalismo ensalza y bucea en el pasado, glorifica las patrias chicas zarzueleras, idolatra las costumbres y asiste a su consagración, deifica el sentimentalismo y expele una ideología en la que «lo nostre» es inmutable y forma parte de la naturaleza misma de las cosas. Aunque se la ultraje una y otra vez, el regionalismo no se rebelará porque carece del instinto de desafío político. Por último, es enemigo de la modernidad, y, por tanto, del futuro. Lo suyo es el aplauso del inmovilismo. Su sublimación.

Valencia encarna el triunfo del regionalismo, que es el mayor déficit de una Renaixença en plan «coitus interruptus». En cada esquina de Valencia -y en cada político de la derechona de aquí- anida la cristalización de ese fracaso. La catedral de ese espíritu, pese a las variaciones modernizadoras actuales, que hay que reconocer, tiene su residencia en Lo Rat Penat, ungido de sus exaltaciones patrióticas. Patria, fe y amor aún andan pintadas por sus muros. El nuevo PPCV fabrista ha elegido a Lo Rat, que ha estado en la UCI durante muchos años, para rehabilitarlo como epicentro del debate valencianista, ahora que el personal pasa del eterno debate. El PPCV es de clientelas amplias, derechistas, centristas, regionalistas, y ha de cultivar toda la huerta, a partir de las intuiciones de los dirigentes o de los síntomas de los sondeos de opinión.

En las últimas semanas, Lo Rat ha sido la casa elegida por Castellano y por Catalá para intentar romper el relato político erosionador de sus siglas al anunciar algunas cosas sustanciales y otros señuelos coloristas -la mengua del Himno, acortado de letras y partituras, algo así como un soplo del Himno venerado- y la nueva asignatura sobr el «poble valencià», que acaba de revolucionar el patio, porque rescata del embalsamamiento uno de los elementos que organizan la clasificación fervorosa de «lo valenciano» y que se cargó Font de Mora en un despiste tedioso.

A Lo Rat Penat le dan pasta, y encima lo santifican como escaparate del ámbito referencial del valencianismo. No hay movimiento político sin emblema, y Enric Esteve ha de dar palmas por haber sido escogido para poner todos los huevos. Es lógico. El PP se debe al incienso regionalista y nunca se ha atrevido a rebasar esos límites. Más allá no sólo está la tradición; está también la política, y eso ya son palabras mayores.