Hace poco más de una semana del solsticio de invierno, que el pasado día 21 nos trajo la noche más larga del año. Desde entonces, el día crece y la noche mengua, aunque apenas unos minutos, de forma que hasta bien entrado el mes de enero no notaremos de verdad el cambio. Pero analizando los datos en detalle, lo que ocurre ahora es algo que confunde a mucha gente, de la misma forma que pasa en la primera quincena de diciembre. Y es que, a pesar de que en su duración total el día gana terreno frente a la noche, las posiciones y caprichosos ángulos entre el Sol y la Tierra se concretan en que hasta principios de enero amanecerá más tarde que hace algunas semanas. El aumento del tiempo de luz se gana al final del día, ya que el Sol se pone cada vez más tarde. Antes del solsticio del 21 de diciembre lo que sucedía es que el astro rey se ponía más pronto, o sea, que anochecía antes. Y ahora anochece más tarde pero también se demora el amanecer. Son las cosas de la órbita de nuestro planeta alrededor de la estrella que nos alumbra, que sumadas a la inclinación del eje de rotación de la Tierra suponen un enredo para nuestra percepción. Si el ecuador del mundo no estuviese inclinado y guardase el mismo plano que el de su órbita, las cosas serían más sencillas, pero esas peculiaridades son las que trajeron de cabeza a los astrónomos durante siglos hasta que entendieron que ni la Tierra ni el Sol son el centro del Universo.