Miren cómo reza un anuncio que aparece estos días en la prensa de ámbito nacional: «Compramos edificios con o sin inquilinos. Discreción, pago al contado». Con o sin inquilinos, discreción y pago al contado. Piensa uno en los inquilinos de esos edificios, tratados en la publicidad como cobayas en sus jaulas. Compramos jaulas, con o sin ratas, con o sin pájaros, etcétera. Discreción, pago al contado. ¿La existencia del inquilino encarece o abarata la transacción? La abarata sin duda, porque es un bicho que hay que fumigar antes de revender el inmueble. Lo que el comprador señala es que está dispuesto a hacerse con él, pese a estar infestado. Hay que hacerle una rebaja importante, pues. Viene a ser como comprar una casa con termitas o un traje con chinches. Es preciso petrolear a las termitas una a una y arrancar las chinches con pinzas de depilar. Al final, lo comido por lo servido.

Los seres humanos quedan así reducidos a una suerte de infestación, de plaga. Plaga que precisará de un tratamiento de caballo para poner las cosas en orden. Pero no preocuparse: lo haremos todo con discreción y pagaremos al contado. La promesa de discreción, en un asunto como este, huele fatal. En cuanto a lo de pagar al contado, hiede. El ayuntamiento de Madrid (entre otros, suponemos) está poniendo a la venta inmuebles de protección oficial cuyos inquilinos pagan de alquiler precios sociales. Se trata de edificios que hemos construido entre todos, puesto que se han financiado con nuestros impuestos en un ejercicio de solidaridad con las clases más desfavorecidas, y al objeto de hacer viable ese artículo de la Constitución según el cual todo español tiene derecho a una vivienda justa.

Detrás de este negocio andan los del anuncio. Una vez que se certifica el cambio de propiedad, comienza el proceso de fumigación que, según los especuladores, es muy costoso. No es lo mismo liquidar a una anciana que vive sola, que exterminar a una familia entera de ácaros humanos. Pero se acostumbra uno a todo, nos acostumbramos a todo. De hecho, esa publicidad, que debería causar escándalo, aparece un día sí y otro no sin que nadie investigue.