Félix Rodríguez de la Fuente arriesgó su vida para que usted y yo conociéramos la selva desde el sofá del salón. Junto a él nos familiarizamos con la flora y fauna silvestre, indómita. Ahora nos atraen otras especies, como es el caso de Kiko Rivera de la familia paquirroide al que tantos critican sin fundamento. Explorar sus límites amén de su naturaleza es un ejercicio antropológico que ya quisiera Darwin para él.

Centrémonos, por favor: ¿a quién le interesa hoy el hábitat del chimpancé o del tigre siberiano? ¿Al vecino amargado? ¡Eso ya es antediluviano! Hay que cambiar de paradigma, amigo.

Ya lo explicaba T. Kuhn en La estructura de las revoluciones científicas: sólo es posible avanzar en el conocimiento aceptando un núcleo central teórico (que va mutando). A tal fenómeno agradecemos que nuestro médico de cabecera ya no sea un chamán. ¡Es cuestión de supervivencia! Por eso aburren los documentales filosóficos o meteorológicos. Nos situamos en otro paradigma, señores. Cada caso contrario requiere de urgencia un tratamiento psiquiátrico.

Hoy bailamos en un paradigma irracional propio de nuestra era depresivo-maníaca. Ahí, ahí se revaloriza la dimensión del fenómeno Paquirrín, un homínido que escribe «sigen» en vez de «siguen», autoproclamándose «artista», objetando a inútiles normas ortográficas, riéndose de la puntuación, las tildes y otros rollos macabeos, pero aumentando ceros en su caché.

El sabio, el mecánico, el profesor, el periodista, toda esa cohorte de pacotilla desprecia su paradigma existencial. Y todos, salvo él, somos unos mataos de hambre.

Lógico, si todavía pensamos con el paradigma Rodríguez de la Fuente. ¡Así nos va!