Pasan cosas extraordinarias. Hace un siglo, en 1914, José Ortega y Gasset, dijo en una conferencia en el Teatro de la Comedia de Madrid que «hay épocas de brinco y crisis subitánea, en que una multitud de pequeñas variaciones acumuladas en lo inconsciente brotan de pronto, originando una desviación radical y momentánea en el centro de gravedad de la conciencia pública». Ortega creyó vivir uno de esos momentos históricos que sirven para interpretar los actuales. «Y entonces„explicaba„sobreviene lo que hoy en nuestra nación presenciamos: dos Españas que viven juntas y que son perfectamente extrañas: una España oficial, que se obstina en prolongar los gestos de una edad fenecida, y otra España aspirante, germinal, una España vital, tal vez no muy fuerte, pero vital, sincera, honrada, la cual, estorbada por la otra, no acierta a entrar de lleno en la historia».

Estamos en fechas de balance y arqueo. Es tiempo de reflexionar y con el sosiego que acompaña en una tarde invernal, realizar un repaso de aquellas cosas que suceden y que inevitablemente influyen en nuestras vidas. El restablecimiento de relaciones entre Cuba y EE UU por la mediación del papa Francisco, que ha reprendido en directo a la curia vaticana; el pago de casi seiscientos mil euros por parte de la infanta Cristina para borrar su procesamiento, que no lo consiguió, porque el juez Castro decide sentarla en el banquillo de los acusados; lo nunca visto: una monarquía bicéfala en un Estado con dos reyes y dos reinas, desde la abdicación de Juan Carlos I. La flexibilidad británica para permitir la consulta soberanista que, finalmente, acabó con la dimisión del líder escocés Alex Salmond; la celebración de varios encuentros catalanistas „Marcha por la independencia, Diada del 11 de setembre y la consulta del 9-N„; la caída y bochorno del expresident de la Generalitat, Jordi Pujol en un marasmo de confusión y oprobio ; el avance irrefrenable de la crisis del sector editorial valenciano y en valenciano, lengua zaherida y maltrecha hasta en su Acadèmia Valenciana de la Llengua, por la estrambótica ley de los rasgos de identidad; el ingreso en prisión de Carlos Fabra, factótum y expresidente de la Diputación de Castelló; el aterrizaje simbólico de un aeroplano de pruebas en el aeropuerto castellonense como presagio, mucho después de su inauguración; el encausamiento reiterado del expresident de la Generalitat y consejero del Consell Jurídic Consultiu, Francisco Camps; la imputación fantasma, al zafio estilo Botín, del vicealcalde de Valencia, Alfonso Grau en relación con el caso Nóos; el batacazo del bipartidismo en España a consecuencia de las elecciones al Parlamento Europeo; la ascensión del fenómeno Podemos en el firmamento político español; de cómo Pablo Iglesias se ha hecho un lío en Barcelona a la hora de afrontar el reto soberanista con cargo a «la casta», que en Cataluña es peculiar; la escandalosa irrupción del poderío ruso en Crimea y en la zona noreste del Ucrania; la aprobación a la trágala de la reforma del Código Penal que es retrógrada ; la acusación de la Fiscalía estatal, por una acción política, al president de la Generalitat de Catalunya, Artur Mas, ya admitida a trámite. Así muchos acontecimientos más, entre los que destaca la cristalización de la actitud gubernamental entrometida y manipuladora que ha provocado la dimisión del Fiscal General del Estado, Eduardo Torres Dulce. Hemos visto, por contra, la resurrección de la judicatura en torno a los casos de corrupción, para no ser arrastrada por la debacle institucional que ensombrece España. La opinión pública, mientras tanto, reacciona y se dispone a dar respuesta al sinsentido.

Es amplia la lista de hechos y circunstancias que han ido configurando la vida cotidiana del año 2014, en el que se cumple cien años desde el inicio de la I Guerra Mundial. La crisis de la economía rusa y la depreciación galopante del rublo, en combinación con el desplome de la cotización del precio del petróleo, son asuntos que desestabilizan la armonía económica y el equilibrio internacional. Las potencias mundiales se han confabulado para combatir el resurgimiento de la «guerra fría», en sus consecuencias económicas y políticas, además de las culturales.

Alucinamos ante acontecimientos excepcionales que habremos de rastrear e interpretar. Si hace cien años no se entendían, según Ortega, la España oficial y la España nueva, no nos ha de sorprender que ahora ocurra algo similar. Es el cambio que experimenta la sociedad. Ya Ortega reconocía que «las nuevas generaciones advierten que son extrañas totalmente a los principios, a los usos, a las ideas y hasta al vocabulario de los que rigen los organismos oficiales de la vida española». Pasan cosas extraordinarias, de brinco y crisis, que conviene reconocer y asimilar.