Recientemente he estado en París. Son tantos sus monumentos que podríamos diseñar una ruta climática. Empezaríamos por la Torre Eiffel que el pasado 31 de marzo cumplió 126 años. Su arquitecto la aprovechó para numerosos experimentos, incluyendo una estación meteorológica ó un péndulo de Foucault. En su primer nivel encontramos los nombres de 72 científicos franceses: Foucault, Coriolis, Fourier,? León Foucault demostró la rotación terrestre con su famoso péndulo, una bala de cañón colgada de la bóveda del Panteón parisino, aunque primero se instaló en el Observatorio de París. Gaspard-Gustave Coriolis describió el efecto que lleva su nombre. Motivado por la propia rotación terrestre, provoca el desvío de las masas marinas y atmosféricas en su desplazamiento. Jean Baptiste Joseph Fourier es posiblemente menos conocido, pero su impacto es sin duda inmenso pues propuso en 1824 la teoría del efecto invernadero. Ahí es nada. Y en el observatorio de Montsouris, al sur de la ciudad, se tomaron entre 1877 y 1910, las primeras medidas instrumentales del dióxido de carbono. Otro de los atractivos parisinos, en esa nueva línea de turismo negro ó tanatoturismo, son los cementerios. La tumba de Foucault se puede visitar en el de Montmartre; la de Coriolis, en el de Montparnasse; la de Fourier en el de Père-Lachaise. También enterrado en París está Blaise Pascal, quien estableció la dependencia entre la presión atmosférica y la altura. Pocas y discretas elevaciones tenía París a mediados del siglo XVII, así que hizo ascender el Puy de Dôme a su cuñado Perier. Las unidades de presión, los hectopascales, llevan su nombre. Su tumba, más exclusiva, se puede visitar en la iglesia de Saint-Étienne-du-Mont, sita en el barrio latino. Y es que París bien vale una misa.