Después de la tragicomedia vivida, con encuentros y desencuentros entre Puig y Oltra, más propios de una relación de adolescentes enamoradizos, podría parecer todo un exceso la alegría manifestada tras el acuerdo de mínimos que alcanzaron el jueves, in extremis y acuciados por la constitución de los ayuntamientos. Entiendo la satisfacción de Antonio Montiel, que con el papel de carabina de la pareja que le está tocando jugar, en un exceso de optimismo ha calificado de «histórico» el acuerdo del Botánico, pero nada más lejos de la realidad.

La convergencia en ese pacto para el gobierno de la Generalitat, es un punto positivo, pero que sin embargo viene precedido de una tensa y lamentable negociación, más propia de la casta y los personalismos, que de quiene nos vendieron el discurso de la regeneración política y un nuevo estilo a la hora de hacer política. Han tenido que pasar casi 20 días para que pusieran, negro sobre blanco, cuestiones tan básicas como el rescate ciudadano, la lucha contra la corrupción, la defensa de los servicios públicos, la mejora de la financiación y el cambio de modelo productivo, principios básicas que incluso habrían sido asumidos por Ciudadanos o el propio PP.

Generalmente se suele conceder a los gobiernos entrantes una tregua de 100 días, con la finalidad de que se acomoden en su nuevo sillón y empiecen a tomar decisiones, pero la urgencia que tiene la Comunitat Valenciana en determinados ámbitos hace que el contador se pusiera en marcha el mismo día 24M, máxime cuando los que están llamados a entenderse parece que no han asumido el papel que les toca. El grado de responsabilidad democrática demostrado por los valencianos en estas elecciones, va a tener un peso preponderante esta legislatura, y estos partidos deben darse cuenta de ello. El postureo y escarnio público al que se están sometiendo, con la insistente e inadecuada participación de terceros que desde Madrid pretenden imponer un presidente, como es el caso de Pablo Iglesias, está sentando las bases de un gobierno inestable donde las rivalidades partidistas pueden poner en peligro la voluntad manifestada por los valencianos.

Como colofón de todo ese descontrol, sirva de ejemplo la constitución de una Mesa de Les Corts sin mujeres y que no respeta la paridad, algo que no es un buen signo de ese pretendido cambio político. Por el momento, más errores que decisiones históricas.