Gloria tarda más en arreglarse para ir a trabajar que para salir con el novio el fin de semana. La supervisión a su peinado, maquillaje y atuendo por parte de la encargada de la tienda de ropa donde trabaja es más exhaustivo que cuando su novio Julio le pasa revista al recogerla por casa a bordo de su Seat León. Gloria estudió un módulo inservible de FP y ha acabado vendiendo prendas juveniles de marca. Trabaja media jornada larguísima, como otros 60.000 valencianos más, principalmente mujeres, que en los últimos siete años han pillado un contrato a tiempo parcial. Algunos de los conjuntos que ella vende, presionando lo indecible a las clientas, no puede pagárselos con sus 400 y pico euros mensuales de paga.

Su horario, como marca un papel mojado llamado contrato, es reducido. En él se determina media jornada, aunque luego las horas efectivas son muchas más, demasiadas. Las horas extras, ni se contabilizan ni se pagan, ¡faltaría más! Gloria está hasta el moño. Acaba extenuada. Es la envidia de sus amigas en paro: tiene curro. ¡Quién pudiera! Su capataz, que cobra otra miseria como ella más un pequeño plus por unos ridículos galones, le graba con una cámara para repasar si sus maneras de atender al público son las ortodoxas o si la sonrisa que exhibe cada minuto de los que le exprime esa cadena extranjera de moda, es la adecuada.

Ahora mismo, las ocupaciones precarias acaparan el mercado laboral. Gloria es un buen ejemplo. Los contratos a tiempo parcial priman por encima del empleo estable. Los inspectores de trabajo denuncian que los horarios se estiran como los chicles. Gloria trabaja un poco menos que si fuera a jornada completa. Entre ella y su compañera cobran lo correspondiente a un trabajador pero completan casi dos puestos de trabajo. Es el 2x1, un solo sueldo, repartido entre dos. ¡Un chollo! La reforma laboral de hace tres años fulminó salarios y condiciones laborales. Gloria está pagando en sus propias carnes esas triquiñuelas.

Un día tuvo que acudir al dermatólogo. Una gigantesca peca en la espalda, con relieve y bastante mala pinta, debía ser extirpada cuanto antes. Previamente avisó a la tienda de su justificada ausencia. Aquel día faltó lo justo. A final de mes, en su nómina, la empresa se cobró aquella indisposición. Le restaron cinco horas de su exigua retribución. Cada noche, Gloria llega a casa rendida. Enchufa el televisor. Tiene tarifa plana de llamadas en el móvil, pero a Julio se lo ventila con un mensaje de texto y un par de emoticones cariñosos. Su cabeza está ocupada con unas referencias y unos códigos de prendas de moda, que debe aprenderse de memoria. Activa el despertador. Su nivel de ingresos no alcanza ni para comprarse unos mini shorts de temporada.