Un exministro de Educación ha sido nombrado embajador de España en la OCDE, con sede en París. La esposa del susodicho ejerce alguna exótica misión en esa misma ciudad desde hace poco tiempo. Así que el malpensado de turno desconfiará de esta curiosa sincronía. Los retorcidos, que también los hay, quedan anonadados ante este puzle en el que todo encaja a lo bestia, a pesar de la falta de las piezas de la lógica y el sentido común. Las fuerzas múltiples del universo distribuyen aleatoriamente mayor fortuna a unos que a otros. El común de los mortales sobrevive inmerso en un agujero negro. Una minoría suertuda, en cambio, disfruta del beneplácito cósmico. Por eso cuesta entender que ese exministro, el peor valorado de la historia del país goce de tanta prosperidad.

La inquina nos envuelve entre nebulosa moral. Esa falta de claridad desenfoca nuestro foco de atención. En este asunto, sin ir más lejos, nadie recae en el trasfondo: un insólito cargo de «embajador». En mi amplio abanico de amistades cuento con filósofos, poetas, psicólogos, un chamán, cantantes, magos, cómicos e incluso la afamada Rosita Amores, vedette inigualable y musa de Mariscal, Bigas Luna y mía (¡un beso, diosa!). Como no trato con embajadores, busco en el diccionario en qué consiste: «diplomático que representa al Estado que lo nombra, cerca de otro Estado». Esta definición imprecisa menoscaba mi respeto por la RAE. Seguimos vacilando, de suerte que sólo nos queda ahondar en cada síntoma prescrito en la noticia. Se dice que cobrará 10.000 euros al mes (gastos de representación aparte, eufemismo que sirve para imaginar lo que ustedes prefieran). Dispondrá de coche oficial con chófer y dos personas de servicio pagadas por el Estado, indispensables para cuidar de su piso de 500 metros, alquiler que cuesta 11.000 euros al mes (ya saben, cosas de París). Uno concluye que pinta bien la condición de embajador. Siento envidia cochina de este individuo, a quien, para ser tan mal valorado, la vida le sonríe demasiado. En algún momento pensé si esa misma vida „como también ese exministro„ se carcajea de todos. Pero oigan: estas concomitancias surgen de las malditas sincronías.