Se atribuye a Sócrates esta celebre adagio: «un hermoso cuerpo promete un alma bella». Estaría bien conocer su contexto para evitar corromperlo, práctica usual en las redes sociales y entre quienes, despreciando la lectura y el pensamiento, cuelgan en la Red filosofadas de baratillo. Un servidor, de vacaciones, pero profesor in sécula seculórum, sospecha que Sócrates alcanzaría tal deducción en alguna concurrida playa. Platón y su maestro, muy doctos ambos, sabían que cultivar el alma exige una entrega colosal. Siglos después, los mortales concentran ingentes cuotas de energía al cuidado del coche, su perfil en las redes sociales y a esa realidad paralela de nombre Apple.

La playa encarna esa tensión universal entre el cuerpo y el alma. Nos gustaría cuidar el adentro, en cambio, quizá por pereza quizá por cobardía, ahondamos en el afuera. La gente disfruta de lo corpóreo, de ahí tantísima devoción laica hacia la época estival. El introspectivo invierno pinta mal. Por eso nos regocijamos en la primavera y el verano. Y no sólo en sentido literal. También figurado. Nuestra condición de enfermos -de la vida, quiere decirse- polariza la existencia espiritual de la orgánica. En vacaciones leeríamos al filósofo Emilio Lledó -claro ejemplo de tipo otoñal- pero, por arte de birlibirloque, sucumbimos a la retórica de Belén Esteban. El autor de La memoria del logos hipnotiza con su grandilocuencia, pero qué le vamos a hacer: tanta sapiencia desentona con el estilo desendadado y ordinario de la Esteban, prototipo de mujer estival.

Si usted coge su toalla y se va a la playa confirmará que, allá por donde mire, todos y todas se parecen a la autora de Ambiciones y reflexiones. Apostaría un potosí a que Lledó nunca ha tomado el sol sentado en una hamaca. Es más, siendo un intelectual, desconoce la publicación de aquél libro. Eso se debe a que las cavilaciones de los filósofos horadan asuntos invernales. Los libros de Belén Esteban, en cambio, se venden como churros. Curiosa e incierta expresión, por cierto. Si algo nos gusta más que los churros pringosos, eso es el mojito refrescante. Lo que nos pirra, decíamos, es el cuerpo. Hermoso o no, Sócrates se confundía. El alma es alma. Y los cuerpos, cuerpos.