Desde fuera de Cataluña resulta incomprensible el espectáculo de un presidente autonómico, incompetente y asediado por los casos de corrupción de sus mentores y correligionarios, convocando tres elecciones en cinco años. Mientras, con los impuestos de sus conciudadanos, se dedica a montar organismos y pseudoembajadas para colocar a sus fieles. Más extraño aún es que sea capaz de engañar a Esquerra Republicana de Catalunya, partido con el que confío no tenga afinidades por el bien de los votantes que se autodenominan de izquierda, para concurrir a unas elecciones en una lista conjunta y encabezada por un antiguo comunista.

La verdad es que siempre he visto a CiU, ahora solo CDC, más próxima al PP que a ERC o la CUP en sus planteamientos económicos y sociales y en el nacionalismo xenófobo y racista del que participan ambos, unos envueltos en la bandera del catalanismo más rancio y los otros del españolismo más reaccionario. Me duele la manipulación de los medios de comunicación, pagados con los impuestos de todos los ciudadanos, y me duele el despilfarro mientras en Cataluña se degradan la sanidad y la escuela pública y conviven, en aparente armonía, los sueldos extraordinarios de los consellers y alcaldes convergentes con la pobreza energética, el riesgo de exclusión y la desnutrición infantil.

Confío en que la izquierda que no se ha dejado llevar al pesebre de Mas, los damnificados de sus políticas sociales, económicas y sanitarias, sea capaz de desembarazarse de una vez por todas de ese nefasto personajillo en las urnas. Confío también en que quien encabeza la lista trampa que ha montado le relegue al papel que le corresponde como cuarto en la lista después de los comicios. No olvide Junqueras que la posición de presidente de la Generalitat es lo que le ha permitido chantajear permanentemente a su formación con la convocatoria, o no, de elecciones.

Por otra parte, sorprende el inmovilismo de Rajoy, su incapacidad para: respetar las diferentes sensibilidades del estado (no se entiende la política de recursos de inconstitucionalidad sobre el estatuto catalán), elaborar alternativas a los desvaríos de Mas, hacer una política de cohesión y descentralización de las instituciones y, en una palabra, marcar la agenda política en lugar de enrocarse en su mundo de plasma y triunfalismo económico mientras la realidad se degrada a su alrededor y su bravuconería actúa como banderín de enganche de un independentismo reaccionario que no tiene ni proyecto social ni programa ¿Hasta cuándo podremos soportar estas tensiones territoriales? ¿Es que Rajoy pretende dejar detrás de sí un presupuesto económico comprometido y burdamente empleado como arma electoral y un conflicto endemoniado pendiente para el próximo Gobierno de la nación?