Hasta hoy se había creído que la luz infrarroja era invisible para el ojo humano, pero las últimas investigaciones científicas han demostrado que no es así; que la retina humana, bajo ciertas condiciones, puede percibir esta luz; que nuestra capacidad visual es mayor de lo que pensábamos; que nuestra vista es, desde ahora mismo, además de muy aguda, más versátil.

Una noticia estupenda que, según sus divulgadores, debería colmarnos de alborozo porque vivimos la época más voyeur de la historia. Sin embargo, lo cierto es que nos produce más inquietud que satisfacción. Anunciarnos que nuestra capacidad ocular se acerca un poco más a la del águila cuando hace tiempo que, por mucho que forcemos las pupilas, nos dan gato por liebre parece cosa de burla o, cuando menos, intento de compensarnos por una parte lo que perdemos por otra.

Es como decirnos que no nos preocupemos por el hecho lamentable de que lleguen a nuestro conocimiento ciertos gatuperios cuando ya están consumados, ni por las milongas descomunales que nos cuelan mientras dormimos la mona del wasap, ni por la poda salarial que nos atizan durante la euforia futbolística; que todas estas cosas ya no deben alarmarnos porque nuestra vista llega más allá de lo que suponíamos, porque alcanza espectros insospechados, porque somos unos linces y si nos han embaucado es porque no mirábamos; que no hay, pues, motivo para la tensión social; que si podemos ver hasta los infrarrojos no habrá maniobra bajo cuerda, trapisonda o emboscada que se nos pueda ocultar, siempre que observemos atentamente y apuntando en la dirección adecuada; que un gran poder conlleva una gran responsabilidad, como afirmaba el tío del hombre araña, y por eso debemos apartar nuestras poderosísimas retinas de las naderías en que las veníamos malgastando y enfocarlas hacia las grandes cuestiones políticas, económicas y culturales.

Lo que no nos dicen es que los infrarrojos de la trastienda política, del envés de la burocracia, de la zahúrda en que se revuelca la muchedumbre de arribistas que hinche la inmensa maquinaria pluriadministrativa permanecen ocultos en el refugio plúmbeo de la trampa con ley, de la ley con trampa y del papeleo kafkiano, y que nuestra nueva mirada felina será inútil mientras no se practique allí un butrón holgado y ventilador.