El aluvión de refugiados que huyen de la opresión y el hambre ha chocado con una Europa que pierde su condición de defensora de los derechos humanos y sociales. Algunos, como Hungría, han llegado a agredir a los refugiados, entre los que hay ancianos y niños y que buscan desesperadamente un agujero para llegar al bienestar.

Europa ha vuelto a cerrar fronteras, contrariando el principio de Schengen que liberalizó el tráfico de personas y levanta alambres de espino para hacer aún más grave el drama de los refugiados.

No nos reconocemos en esa Europa que se ha convertido en una red burocrática que busca regular lo que en realidad necesita ayuda y compasión. Se olvida Europa de tantos europeos que recibieron refugio en América, en Australia cuando las guerras asolaban el Viejo Continente.

El Gobierno español acaba de prohibir la iniciativa del gobierno valenciano de mandar un barco a Grecia a recoger refugiados con la colaboración de la empresa Baleària.

José Mujica, expresidente de Uruguay lo acaba de expresar muy bien: «Cuando somos ricos nos hacemos egoístas. Europa está vieja y necesita sangre nueva que precisamente llega con tantos emigrantes jóvenes».