El pasado verano, la sonda New Horizons enviada por la NASA nos permitió ponerle rostro a alguno de los lejanos mundos que habitan el mismo sistema solar que nosotros. Si miramos al cielo, seguramente nos sorprendamos. Y si miramos hacia el interior de la Tierra, es muy probable que también lo hagamos. Existen diversos lugares en nuestro planeta que no solo destacan por su belleza, si no por su singularidad y su naturaleza. Algunos enclaves como la bahía de Ha Long (Vietnam) o los cenotes de la península de Yucatán (México) son fruto de años de transformaciones geológicas. Y otros, como la gruta helada de Casteret, en el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido (Huesca) o la cueva helada de Dob-inská, en Eslovaquia, son testigos de las condiciones climatológicas que caracterizaban al planeta hace siglos. El último miembro en sumarse a esta fascinante lista han sido las cuevas heladas de Verónica, Torre Altaiz y Hoyos Sengros, localizadas en el entorno de Fuente Dé (Cantabria). Situadas en profundidades de hasta 260 metros y con una edad de más de 600 años, las cuevas asombran tanto por su espectacularidad como por sus dimensiones. En algunos puntos, los bloques de hielo superan con creces el centenar de metros. No solo en verticalidad, si no en profundidad. Además están sirviendo como referencia respecto al clima de épocas pasadas. Acceder a ellas no es fácil, ya que se requiere de amplios conocimientos de espeleología, pero llegar a algunos puntos como la llamada Sala de los Fantasmas quizá deje asombrado a quién crea que la Tierra ya no esconde sorpresas.