No sé si fue por el pacharán, pero el PP de Bonig se vino arriba en la Muntanyeta dels Sants y, así, entre una sarta de cosas que olvidé, dijeron algo que no he podido olvidar: el PP es el partido de los «obreros» frente a los «ricos» de Compromís. Isabel Bonig se saltó las enseñanzas de la sociología, la antropología y la psicología, además de la experiencia de la realidad y de la propia realidad en sí misma. No obstante, y por si la cosa funciona, debería acudir al registro de patentes y marcas para registrar las nuevas siglas: del PP al POP: Partido Obrero Popular (valga la redundancia y, si no vale, que valga el oxímoron). POP contra Comprorics. En fin, no hay más que verlo: el maldito pacharán.

Un juicio es el resultado y producto de la actividad de juzgar y, por tanto, un acto de nuestro entendimiento. Un prejuicio es una creencia que no está fundamentada en un juicio, un juzgar sin conocimiento que dificulta el verdadero juicio. Me recuerdo esto porque, ahora, el PP nos pide que les votemos «Sin prejuicios». Ni que decir tiene que tienen razón, puesto que no son unos recién llegados (aquí gobernaron hasta hartarse), les votaremos o no les votaremos con juicio: sabemos lo que hicieron el último verano y podemos juzgarlos sin prejuzgarlos. Tenemos la información, el conocimiento y la memoria reciente: ¡a ver si nos acompaña la sabiduría!

Tendemos a confundir la verdad y la falsedad con la seriedad y la broma. Sin embargo, y evidentemente, no es lo mismo: no sólo no se identifican, sino que con frecuencia ni siquiera se asocian. Casi siempre la alegría y el humor encierran más verdad que la fúnebre seriedad. Muchas veces la seriedad es la máscara en la que se envuelven demasiadas mentiras (piensen en los discursos de la religión y en las líricas solemnes de los salvapatrias, por ejemplo). Ahora, un partido político se descuelga con un «España, en serio». ¡Uf! Más seriedad no, por favor. Todavía padecemos por estas huertas las alegrías del sepulturero Camps. Cuando alguien nos dice: «Ahora, hablemos en serio», pónganse en guardia, aprieten los isquiones y cierren el culo.

La experiencia en sí misma no es un valor positivo. Hay experiencia buena y la hay mala. Hubo adolescentes gilipollas que con la experiencia de la edad alcanzaron la excelencia: ahora son adultos perfectamente gilipollas. Por otra parte, cuando alguien recurre a la experiencia debemos preguntarnos si es a la suya o a la nuestra (quiero decir a la que nosotros tenemos de ellos). Paradójicamente, frente a los partidos emergentes o a los que sólo tocaron la pelota del poder un ratito, hay grupos políticos que nos piden el voto por su «experiencia». Casi sería más razonable que pidieran que nos olvidáramos de cuanto hicieron; más razonable que no se presentaran como partidos de la experiencia, sino del borrón y cuenta nueva. Digo yo («si l´encerte») y retiro lo dicho («si m´enganye»).