La sociedad se ha llenado de autoshow; de anonimatos insatisfechos que pretenden alcanzarla difundiendo irrelevancias disfrazadas de acontecimientos. En internet se considera noticia el viaje del mesócrata, el cumpleaños del don nadie y el arroz al horno del pelagatos. Había una multitudinaria envidia hacia las celebridades, un deseo de ser fotografiado, entrevistado y filmado como son fotografiadas, entrevistadas y filmadas ellas, un sueño que ha encontrado aliviadero en la tecnología.

El negocio lo sabe, y por eso los aparatos electrónicos han venido a consistir en potentísimos procesadores de imágenes. El tercer estado registra, edita y publica las banalidades de su vida. El vulgo es periodista de sí mismo, informador de su nimiedad, analista de la bagatela. El populacho quiere ser célebre como los jacobinos querían ser nobles. Los futbolistas han sustituido a los príncipes y los actores a los duques. La farándula confiere grandeza; y la chusma toma la pantalla y se hace un selfi con el archipámpano de turno. La gente va perdiendo sentido común y rellena el agujero con exhibicionismo. Todo vale para estar en el candelero, para pavonearse ante la sociedad virtual. El egocentrismo del siglo XXI ha tomado cuerpo entre la galaxia de facebooks, twitters e instagrams. Los inmaduros de la sociedad contemporánea, cuya característica principal es la convicción de que la realidad gira en torno a ellos, encuentran consuelo recibiendo votos y megustas fantasmagóricos, suplicando beneplácitos entre la niebla cibernética y haciendo un show de su vida para que resulte llamativa. En el salón del XIX se ostentaban pieles y plumajes, peinados y tocados despampanantes; pompa y aparato. En la palestra informática del XXI manda la ordinariez y la zafiedad, el esperpento y la mamarrachada, la grosería y el autosensacionalismo; grandes titulares para naderías, noticiones de lo pedestre y reportajes en profundidad sobre trivialidades absolutas. Cada cual ha fundado en su propia casa un extraordinario centro informativo de sí mismo para dar uso al enorme y totalmente superfluo potencial técnico del teléfono móvil.