Ante la eventual investidura del presidente del Gobierno, puede resultar oportuno reflexionar sobre la España que queremos. La idea de una concepción uniforme de los españoles era sintetizada por Josep Pla de la siguiente manera: «La cosa que més s´assembla a un espanyol de dretes, és un espanyol de esquerres». Lo mismo podría decirse hoy de los catalanes, ante la candidatura de Junts pel sí y el reciente acuerdo para constituir Govern. El tema nacional, en primer término.

En 1952, Pere Bosch Gimpera planteaba en «La España de todos» su forma de pensar España, lejos de la ortodoxia uniforme, afirmando que «España será la de todos, hecha por todos, o no será». Ya la Constitución non nata de 1873, muy influida por la Constitución de Estados Unidos de 1787, establecía en su artículo 1 que la nación española estaba compuesta por diferentes Estados, lo cual podría ser hoy equivalente al reconocimiento de la identidad de cada cual según los casos. ¿Acaso la actual Constitución de 1978, cuando recoge la existencia de regiones y nacionalidades, no viene a significar una consideración análoga para éstas?

La intransigencia observada sobre ciertos temas puede llevar al conflicto, mientras que la aceptación democrática de la realidad, y con ello de las diferentes opciones nacionales, supone otra forma de entender España que puede contribuir a consolidar la idea de la España democrática. Los valores sociales de un colectivo deben favorecer un modo de pensar que respete hasta las diferencias más profundas para evitar la degeneración de la vida en común aceptando fórmulas de compromiso que hagan posible la convivencia, enriquecida con la ejemplaridad pública y escandalizada ante la corrupción.

El sociólogo Salvador Salcedo publicaba en 1974 «Integrats, rebels i marginats», coincidente en el título, cuarenta años más tarde, conel capítulo «Integrados, rebeldes y organizados» de «Estos años bárbaros», de Joaquín Estefanía, con una única diferencia: el término marginats es sustituido por organizados. En España tras el 15M, como también en Europa tras la caída del muro de Berlín en 1989 y con la crisis de 2008, los movimientos marginales se convierten en organizados, al comprobar que la desigualdad se ha acentuado y la corrupción no se ha detenido. Las acciones de protesta han dado lugar a la organización de nuevas formaciones políticas en realidades sociales distintas pero con idénticos problemas que, en ocasiones, se pretenden solucionar junto al tema nacional. El reto pendiente para el presidente que resulte investido supone recuperar los valores democráticos, corregir las desigualdades, reconocer las diferentes identidades, practicar los buenos ejemplos y abandonar las corruptelas.