Corren tiempos en los que la promoción del libro y de la lectura ha ganado una cierta actualidad entre nosotros. No obstante, un temor me lleva a redactar estas líneas: cabe promocionar el libro, abaratar ediciones, regalar ejemplares en todos los centros de enseñanza y, hecho esto, bien pudiera acontecer que todas esas ventas y ejemplares no favorecieran la lectura; el editor y la publicidad del libro pueden generar ventas, pero no lectores.

Debe tenerse muy presente que la desafección por el libro y la lectura, tan duramente sentida en la actualidad por los editores españoles, está relacionada con un sistema educativo que ha reducido año a año los espacios escolares de la lectura, que no forma lectores ni habitúa a buscar interlocutores en las bibliotecas. Nuestro sistema educativo no coloca a los sujetos en posición de lectores; le basta con que los estudiantes repitan lo dicho por el profesor y, por supuesto, premia la repetición fiel; no la pregunta, sea torpe o sagaz.

No debe olvidarse que primar la actividad lectora comporta generar y formar todo un listado de actitudes: sensibilidad ante la indagación, respeto ante las razones expresadas en el texto, valorar la indagación de la verdad como más importante que una exitosa salida en un debate, favorecer la identificación y la valoración pública de la información que es relevante para solventar un problema, alentar inquietudes, etcétera. La formación de los correspondientes hábitos solo puede ser asociada a la educación que se lleva a término en los distintos niveles.

Fruto de esa educación, el lector pasa a tomar conciencia de la necesidad de recurrir al conocimiento de las razones de los otros, de los que ya viven en el papel o en el bit. No se inquieten los editores. Primero hemos de formar lectores. El resto ya correrá de cuenta de esos lectores que satisfacen una inquietud o problema en cada lectura y que hacen de la biblioteca el lugar de encuentro «con las gentes más honestas del pasado».

Así pues, al asociar la promoción del libro y de la lectura nuestro principal compromiso se fragua con el lector, no con el editor. Y ha de ser con el lector, porque «educar es liberar, hacer pensar. Y ese pensamiento se va formando en el trato con las palabras, en el amor que sepamos despertar a través de la lectura y de la reflexión sobre ella en esas mentes que están empezando a hacer fluir sus neuronas» (E. Lledó, «Identidad y educación»).