Dice Edgar Morin que «sin los desórdenes de la afectividad los excesos de la imaginación y sin la locura de lo imposible no habría impulso, creación, invención, amor, poesía». Siguiendo estas emotivas premisas del eminente sociólogo francés, me gustaría aprovechar la singularidad del Día Mundial del Libro para reivindicar la grandeza de la poesía en las aulas y también en la vida doméstica.

Cada año, aunque a fuego lento, el número de seguidores en busca de lecturas poéticas se incrementa a pesar de que este género literario está a la cola de las lecturas preferidas por los españoles, quienes se decantan, sobre todo, por la novela histórica. Afortunadamente, existen poetas cada vez más leídos por los jóvenes, que recuperan una función social imprescindible a través de unos versos que se amparan en lo cotidiano, donde cualquiera puede verse reflejado en sus estrofas. Los valencianos Carlos Marzal y Vicente Gallego, jóvenes y curtidos discípulos del imprescindible Paco Brines, han ayudado mucho con su poesía de la experiencia a despejar un panorama de lectura minoritaria. Por ello, sería bueno que aprovechásemos ese impulso y desde las instituciones docentes avivásemos el interés por el verso ya que, como explica el poeta y filósofo alemán Schiller, la poesía todo lo plantea en términos de imaginación, mientras que la prosa discurre por los términos de la razón.

Teniendo en cuenta que la información con la que a diario convivimos es prosaica, a mi entender es importante que intentemos adherirnos al universo poético para encontrar en la vida aquella Ciencia de las Sensaciones que anunciase Paul Valéry. Por estas razones resultaría apropiado diseminar por todo el currículum educativo un plan de lectura relacionado con los grandes autores líricos y adaptado a cada edad escolar. Porque la creatividad es un elemento indispensable para la formación de nuestros hijos. Y es que durante casi tres décadas de experiencia educativa, he podido constatar cómo el aprendizaje creativo mejora el lenguaje y la comunicación de los alumnos, además de ayudarles a revelar sus emociones, ampliar sus relaciones sociales y fomentar su independencia, entre muchos otros aspectos que conciernen a su proyección personal.

Concebir que en la síntesis del lenguaje poético se encuentra la máxima expresión de la lengua, es un descubrimiento casi mágico para los pequeños, a la vez que difícil de comprender. Por eso debemos de ayudarles a valorar los versos a través de toda una producción plural creativa que puede ir desde las canciones populares, los cuentos, la poesía infantil y la música, hasta los iconos que conforman el canon literario occidental. Cuanto más de cerca sientan la poesía, e incluso viviendo experiencias reales con escritores que acudan a sus aulas para hacerles sentir nuevos modelos de creación literaria, mayor capacidad tendrán los alumnos de ampliar sus fronteras lingüísticas y creativas. Porque no olvidemos que el poeta, como dice George Steiner, no solo es un «hacedor», al estilo clásico, de elevadas notas líricas, sino que sobre todo es un narrador de historias. Un guardián que protege y multiplica la fuerza vital del habla. En ese sentido, hay que hacer ver a los chicos que se puede decir mucho con pocas palabras y nada con grandes discursos.

Dicho esto, sabemos que la poesía es el primer sentido de la palabra por lo que tenemos que ponerla en valor. Cuando la poesía llega al público, la mayoría siente admiración por ella, por el mundo que la envuelve, por la magia de sus palabras, por lo que contiene de dramático, de estético, de espiritual€ pero no llega a experimentar con ella porque no tiene un acceso inmediato en su horizonte cotidiano, ni tampoco se le ofrece de una manera adecuada a sus gustos generacionales. Como en muchas otras ocasiones, estamos ante una cuestión de insuficiencia cultural que desde los centros educativos podemos intentar revertir.