Me encontré con el conseller de Hacienda, Vicent Soler, en Xàbia, junto al mar. Tenía el rostro desencajado después de una semana vertiginosa. Me explicó de qué iba la fiesta con los gerifaltes insoportables del establishment madrileño. Estamos pillados entre el vacío de poder que va de la Moncloa a la carrera de San Jerónimo. Hemos conocido la frenética actividad para fraguar alianzas. El president Puig y el conseller Soler con Murcia (PP), donde han optado por hacer frente a Madrid (PP) y respaldar el trasvase Tajo-Segura, con la Generalitat Valenciana frente a Castilla-La Mancha (PSOE). El segundo pacto es en torno al Corredor Mediterráneo entre la consellera María José Salvador y el conseller Josep Rull, titulares de Infraestructuras en la Generalitat Valenciana y en la de Cataluña, con el secretario autonómico, Josep Vicent Boira, experto oficiante.

Hemos vivido una semana intensa que va desde la nominación de Rafael Carbonell para optar o sincronizar con Águeda Micó, en la carrera a la Secretaría General del Bloc; al expiatorio recital de Raimon en el teatro Principal de Valencia y la intervención del conseller de Economía, Rafael Climent, asistido por su director general Francisco Álvarez. Para que Compromís reencuentre su rumbo, el Bloc ha de serenarse. El valencianismo es poner los intereses del País Valencià delante de todo lo demás. No hay nadie que cumpla este propósito, hasta hoy, desde la responsabilidad de gobierno. Siempre ha habido un miedo, una coacción que nos ha mantenido aherrojados.

Raimon en el Principal fue un ejercicio de recuerdo y evocaciones. Presencié su mítico recital el 29 de diciembre de 1963, en el mismo teatro, rodeados por los grises, la temida policía gubernamental franquista. Desde el gallinero seguí los acordes de Diguem no, D´un temps, d´un país, Al Vent, Vinc d´un silenci y la intensa Cançó de les mans: «De l´home mire sempre les mans». La tensión se cortaba y el teatro crujía cuando aún la libertad era un lujo inasequible y las reivindicaciones sonaban a pretensiones de los que iban a la hoguera: rojos y catalanistas. Es lo único que saben decir.

Tenemos varios lujos. Raimon y Fuster han resultado dos pésimos negocios para los valencianos. Como lo fueron el recientemente desaparecido Vicent Miquel i Diego, exponente democristiano de raíz valencianista, y Gonzalo Montiel, progresista e incansable impulsor cultural de la Universitat de València, que se desplomó para siempre corriendo, camino de casa, el pasado diciembre. Cuando se ve el historial artístico-carismático de Raimon, es evidente que alguien se equivocó. Acogido, admirado y encumbrado en todos los continentes. Condecorado y seguido en cien países. Se equivocaron al no capitalizar los réditos culturales, sociales y carismáticos de un personaje capaz de trascender la nimiedad del país.

Con Joan Fuster ocurrió otro tanto en su protagonismo como intelectual más relevante de la cantera doméstica. Centenares de libros publicados, leídos y vendidos en varios idiomas. Recopilados en siete volúmenes. Las editoriales foráneas han sabido darle lustre y aprovechar su trascendencia. Otro mal negocio autóctono y van demasiados. Coincidí con Raimon en casa de Fuster, cuando le traía una botella de güisqui de malta, que escaseaba en el mercado nacional y cutre de la época. Veo a Raimon en Xàbia, donde somos vecinos, paseando frente a casa o tirando la basura. Camina por delante de la vivienda que fue de Manuel Broseta y que se llama «Al Vent». ¿Les suena?

El concierto del 15 de abril en el Principal fue vindicativo y restituyente. Asistieron dos empresarios, con independencia probada y mando en plaza: Juan Roig y José Vicente González. Los dos sabían que había que ir. Como el expresidente Joan Lerma. El alcalde de Valencia, Joan Ribó, aprovechó para concertar el cierre solemne del ciclo Raimon-2016 en el Palau de la Mùsica, con la Orquesta de València. El president Ximo Puig, impulsor de la iniciativa, peroraba a la salida con periodistas. A la zaga Enric Morera y Josep Vicent Boira. Ahora comienza el periplo por el país durante seis meses. Los valencianos finalmente habremos hecho justicia y sabremos invertir, aunque tarde, en un cantante que es patrimonio del mundo. Al inicio del concierto pidió: «No m´aplaudiu més». Después se emocionó y finalmente se arrancó con sus canciones representativas. Aussiàs March en la memoria. Costó caldear el ambiente que deliberadamente quiso templado. El carrer blanc de su Xàtiva natal estuvo presente. Más que el Micalet y los paseos de lamentación y desmemoria por las calles de Valencia. La ciudad-país que ha tardado tanto en reconocer su dimensión cultural y comprometida.