La mejor contribución de los Estados al Día de la Tierra que celebramos el pasado viernes fue la cumbre de la ONU en Nueva York donde los más altos dignatarios de 171 países ratificaron el Acuerdo de París acordado en la última COP21 celebrada en la capital francesa el pasado diciembre. Con este paso, éste entra penamente en vigor. Sin lugar a dudas, el cambio climático es el reto más complejo al que ha hecho frente la Humanidad en tiempos recientes y que solo se puede abordar con mínimas posibilidades de éxito de forma global. Demasiado tiempo ha transcurrido desde que las evidencias científicas sobre el cambio climático y sus causas quedaron confirmadas hasta la decisión de París y todavía su implementación tomará tiempo. Pero es un paso crucial hacia delante que debe convertirse en el acicate de todas las acciones necesarias para limitar el aumento de la temperatura a un máximo de 2 grados a finales de este siglo. Sabemos lo que hay que hacer „reducir drásticamente el consumo de las energías fósiles„ disponemos de la técnica adecuada y hay voluntad política para conseguirlo.

Los bosques, el centro de acción de la profesión forestal, son claves en este contexto. De un lado, son uno de los recursos naturales potencialmente más vulnerables al cambio climático, sobre todo en condiciones secas como las que predominan en nuestro país. Pero también y gracias a un esfuerzo titánico de la comunidad científica y de la sociedad civil forestal a escala global y después de ser excluidos en Kioto han constituido la avanzadilla de este proceso. El programa REDD+ (reducción de emisiones por deforestación y degradación forestal), que emergió en la COP de 2007 de Bali, ha ido consolidando un crucial consenso y se han generado grandes expectativas en los países en vías de desarrollo. Noruega ha hecho del apoyo a REDD+ el eje de su lucha contra el cambio climático y de cooperación internacional. La complejidad de los stocks forestales ha sido técnica y científicamente resuelta y recogida y aprobada en sucesivas COPs incorporándose al acervo del proceso. El acuerdo de París dedica como único sector un artículo a los bosques (55). Curiosamente, la agricultura está bastante ausente de este proceso.

Obviamente la centralidad de los bosques también comporta riesgos como son la definición del uso de bioenergía de origen forestal como neutra (UE) o emisión (EE UU), la aplicación del principio de adicionalidad para poder participar en el mercado de carbono en los países desarrollados, la definición de fuerza mayor en caso de grandes catástrofes forestales especialmente incendios o la ausencia de criterios ampliamente aceptados sobre la tenencia y demás conceptos jurídicos relacionados con los servicios ambientales.

Todo ello no nos debe distraer la atención de la oportunidad histórica que se brinda al mundo forestal. No existe otro sumidero de carbono gestionable como los bosques. El mar es tan o más relevante como sumidero pero no es gestionable. Y si dejamos de ver los bosques como algo estático e intocable se suma la función de sustitución por el uso de productos de origen forestal en una sabia cascada de valor en la construcción, industria química, textil, automovilística, etcétera, finalizando con el uso energético. Todos los enfoques de bioeconomía o economía baja en carbono identifican a los bosques como la avanzadilla y su paradigma. No será casualidad que el principio de la persistencia, que en alemán y francés no ha mutado terminológicamente («nachhaltigkeit», «durabilité»), es de claro origen forestal desde Carlowitz en 1713 y que supuso el punto de arranque de la ciencia y profesión forestal.

Tendremos resistencias potentes en contra. De un lado, la indolente e interesada inercia de los sectores vinculados a los combustibles fósiles y, por otro, cierto ecologismo radical que nunca ha asumido ni los acuerdos de Río+20 de integración de los 3 pilares de la sostenibilidad (ambiental, social y económico) imprescindible para superar los retos que como Humanidad tenemos planteados ni acepta el concepto de gestión forestal sostenible siendo su máximo ir excluyendo de la gestión cuando más superficie mejor. En su día lo consiguieron en Kioto. Curiosamente, los argumentos e intereses de ambos grupos coinciden considerablemente en debilitar cualquier oportunidad de recuperación económica de los bosques. Olvidan que lo que tiene un uso se mantiene (iglesias) mientras lo que carece se degrada y acaba destruyéndose (castillos). Parten ambos grupos de una ventaja estructural, su gran concentración frente a un mundo forestal apegado al terreno y altamente disperso y desorganizado y muchas veces resignado. Solo existe una fórmula: argumentos sólidos con base científica (tener razón), la perseverancia, vertebración del sector a todas las escales y comunicación. Que el mundo forestal sepa aprovechar esta ocasión histórica será clave para el éxito o el fracaso mucho más allá de lo forestal de la lucha de la Humanidad contra el cambio climático.