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Recuperación, sí, pero...

Las estadísticas nos empiezan a hablar de un crecimiento constante „e incluso vigoroso en algunos casos, como el de la Comunitat Valenciana„ de la economía española. Una buena noticia, sin duda. Pero hay muchas otras estadísticas que arrojan luz sobre las sombras de ese crecimiento. Son las cifras que nos hablan del paro y la calidad de los empleos que se crean, de los salarios, de los índices de pobreza...

Muchos años de hablar constantemente de los efectos de la crisis pueden haber provocado hastío, sin duda, y ganas de engancharnos a las buenas noticias, por escasas que se antojen. Pero ello no es excusa para olvidar que aunque parezca que poco a poco salimos del túnel, muchos miles de ciudadanos han quedado tirados en la cuneta, que la antes amplia clase media ha quedado seriamente reducida y empobrecida y que las condiciones en que otros muchos miles afrontan el futuro „en especial lo más jóvenes„ invitan a cualquier cosa menos al optimismo.

El aumento exponencial de la desigualdad „tanto en nuestro país como en el conjunto del planeta„ está en el origen de las tensiones que sacuden nuestras sociedades y amenaza con sacudirlas aún más. Que algunos dirigentes empresariales hayan tenido que dar también la voz de alarma y advertir de que es hora de empezar a incrementar los salarios, por ejemplo, habla bien a las claras de los riesgos que corre el propio sistema: sin perspectivas de autonomía personal, toda recuperación está condenada a quedarse en nada.

El gran invento europeo del Estado del Bienestar ha proporcionado la mayor época de prosperidad y estabilidad „social y política„ del Viejo Continente. Su progresiva destrucción ha despertado, por el contrario, los viejos fantasmas que acosan ya a la mayoría de los gobiernos. A tiempo están de cambiar el rumbo. Rescatar a los miles de expulsados del sistema se antoja la primera misión imprescindible para recuperar un mínimo de cohesión social. Aunque ello exija reclamar a determinadas élites la renuncia a una parte de sus privilegios, a cambio de amortiguar lo que amenaza con ser una bomba de relojería social.

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