Seguimos en el laberinto. Batallando sin objeto en torno a nuestros propios problemas, como decía Gerald Brenan. En mitad de un formidable atasco político. Nuestros partidos „en especial en el mundo de las izquierdas, porque el partido conservador y sus escuderos tienen una hoja de ruta más clara„ siguen caminando en círculos y no quieren, no saben, no pueden, de todo hay, encontrar la salida a una situación muy compleja, inédita, que no tiene fácil solución y que no la tendrá en el futuro inmediato, de la que solo es posible salir recurriendo a la cultura del pacto.

Mientras tanto, crece la indignación, la decepción o la impaciencia entre muchos ciudadanos y los problemas reales y urgentes se acumulan: un marco institucional pobre que nos lastra y que favorece la corrupción política, el clientelismo, la inseguridad jurídica y la partidificación y colonización de instituciones, como ha explicado brillantemente Carlos Sebastián en su libro España estancada; niveles de desigualdad crecientes que acentúan nuestra gran fractura social y generacional, con casi doce millones de personas „en especial jóvenes, mujeres y colectivos inmigrantes„ afectados por distintas formas de pobreza y de exclusión severa, dificultades estructurales para crear empleo suficiente y decente, un sistema educativo que hace décadas que reclama un gran acuerdo, tensiones territoriales que no van a desaparecer, compromisos contraídos con nuestros socios europeos que obligarán, ya en 2016, a mayores recortes de gasto público social, tensiones internas en los partidos políticos (en casi todos los partidos políticos)?

Problemas urgentes y reformas pendientes que no se solucionan recurriendo a la banalización de la política, sino a los grandes acuerdos, explicando bien la situación, diciendo la verdad y haciendo política para adultos. Porque, recordando a Monterroso, cuando despertemos el donosaurio seguirá ahí, con estos problemas sin resolver, con un parlamento fragmentado, tal vez más polarizado y sin mayorías. Pero habremos perdido aún más tiempo en un mundo que no espera y que no nos lo pone fácil a las regiones periféricas de una Europa en declive en la que cada vez pesamos menos.

La cuestión es si los partidos políticos de la izquierda demuestran que quieren ocuparse verdaderamente de estos problemas. No lo hicieron durante la pasada campaña, eludiendo estas cuestiones esenciales y no lo parece ahora, si tenemos en cuenta su incapacidad para alcanzar acuerdos elementales. Falta madurez para gestionar la situación. Cuenta más el poder que los problemas urgentes de los ciudadanos. La pregunta es: ¿Poder para qué? ¿Para estar en la oposición? ¿Para imaginar el futuro mientras la derecha sigue gobernando el presente?

La última campaña electoral y la gestión de los resultados que han hecho los partidos de la izquierda han sido decepcionantes. Creo que no ha habido verdadero interés en alcanzar acuerdos. De una parte, porque el PSOE no se ha atrevido, perdiendo así una oportunidad histórica para demostrar que desde el sur de Europa y desde un país grande era posible impulsar una agenda alternativa a la diseñada por y para las élites. No se atrevieron a ser calificados como el partido que llegaba acuerdos con una fuerza antisistema. Sánchez no ha querido (o no le han dejado) que le vean como el Corbyn español, pero corre el riesgo de ser asimilado a Valls y su agenda neoliberal.

Siempre nos quedará la duda de qué habría pasado si meses antes Sánchez hubiera hecho en tiempo y forma una propuesta como la realizada por Compromís y hubiera incorporado al gobierno, por ejemplo, a Mónica Oltra como vicepresidenta. ¿Habría votado Podemos en contra de su investidura? Al fin y al cabo, eso hubiera sido la vía valenciana que tanto han reclamado muchos. El «no, gracias» con el que ha respondido a una buena idea impulsada por Ximo Puig y por Oltra para formar una nueva mayoría en el Senado evidencia que un PSOE cada vez con un voto más rural, de personas mayores y en retroceso hacia las regiones del sur de España se ha instalado en tierra de nadie en un contexto cada vez más polarizado. De otra parte, todas las evidencias indican que la posición mayoritaria de la dirección de Podemos era propiciar unas nuevas elecciones, anteponiendo a cualquier otro escenario su objetivo estratégico de convertirse en el grupo parlamentario hegemónico de la izquierda.

Se ha perdido una ocasión extraordinaria para impulsar una decena de grandes medidas que ahora ya serían una realidad. Una agenda realista, pero de reformas radicales. Sin engaño. Conscientes del margen de maniobra que existe dentro de la zona euro y con la situación de nuestras cuentas públicas y nuestros compromisos internacionales. Conscientes de que un gobierno regional no es lo mismo que el gobierno del Estado.

Se ha alejado la opción de un gobierno progresista, razón de más para apostar por una mayoría progresista en el Senado. La vía valenciana sigue siendo un camino transitable como alternativa a un gobierno de centro-derecha. Pero es necesario que al PSOE le parezca viable y a Podemos suficiente. Tengo serias dudas de que, aunque los resultados electorales lo permitan, sea posible. Dudas que vienen sobre todo del PSOE y de Podemos. Los primeros porque no se atreverán o no se lo permiten los grandes centros de poder; los segundos porque intuyo que incluso no descartan un escenario de cuatro años más de gobierno de centroderecha para, entienden ellos, seguir creciendo a costa de las izquierdas tradicionales.

El riesgo, además de posponer sine die una agenda de reformas que mejoraría mucho la vida de millones de personas, es que podría suceder que con la vía Valls el PSOE se instale en un camino de gradual irrelevancia parecido al del PSC y que Podemos pueda seguir creciendo para liderar no tanto el cambio como la oposición. O aún peor. Porque si un día, a mi juicio improbable, pudieran formar gobierno sería para aplicar una agenda muy condicionada por las reglas impuestas en la zona euro. Solo tenemos que mirar a Portugal o a Grecia.