A ver, yo no soy homófoba. De hecho, tengo muchos amigos gais. Y pelirrojos. Y dos amigas que tocan el acordeón. Y una que baila bollywood. Vamos, que soy muy tolerante. Sin embargo, en uno de mis valientes ejercicios de periodismo de investigación he hecho un descubrimiento perturbador: el cardenal arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares, tenía razón, el imperio gay es una amenaza real para el bien precioso de la familia cristiana.

Estaba hace unos días comiéndome una empanadilla de pisto mientras esperaba el autobús, cuando, a mi lado, descubrí a una pareja gay cuchicheando. Ágil como una gacela, afiné el oído y ¿sobre qué creéis que estaban hablando? Efectivamente, sobre destruir el bien precioso de la familia cristiana. De piedra pómez me quedé, amigos.

Sin embargo, como he comentado antes, yo soy muy tolerante, así que, para no dejarme llevar por esa mala experiencia, llamé a uno de mis amigos gais (porque yo no soy homófoba y tengo amigos gais). Total, que le dije: «Oye, amigo gay, desde la tolerancia y el respeto, me gustaría saber si tenéis un plan para atacar el bien precioso de la familia cristiana». ¿Y qué creéis que me contestó? Pues que sí, que se lo van a cargar de arriba a abajo. Que no piensan en otra cosa. Además, según me confesó, el suyo no es un imperio de andar por casa: tienen su flota naval, sus rutas comerciales, sus servicios de espionaje... De todo.

También me explicó que en su cruzada no están solos. Como bien dijo el aguerrido Cañizares, les acompañan un puñado de feministas radicales y los seguidores de la ideología de género, «la más insidiosa que ha habido en toda la historia de la humanidad». La limpieza étnica en los Balcanes fue una partida de dominó en comparación con la terrible ideología de género.

De todas formas, el cardenal de Valencia, prudente y piadoso como es él, se quedó corto. El imperio gay no solamente quiere acabar con el bien precioso de la familia cristiana, sino, en general, con todo lo bueno y hermoso de este mundo: el olor de la tierra mojada por la lluvia, las puestas de sol, la sonrisa de un niño... La crueldad del lobby rosa no tiene límites. Tampoco quiero que me malinterpretéis, a mí me parece bien que cada uno haga lo que quiera. En silencio. En su casa. Y ordenados, para que no creen confusión.

Algunos buenistas cegados por cuestiones terrenales están más preocupados porque el 28 % de los españoles viven en riesgo de pobreza y exclusión (entre ellos supongo que habrá alguna familia cristiana). Menos mal que tenemos a un hombre como Cañizares aleccionándonos sobre los verdaderos asuntos trascendentales de la existencia. Jamás podremos agradecerle lo suficiente que aproveche cada dos por tres su posición institucional para compartir estas reflexiones con nosotros. ¿Y todos esos católicos que critican al cardenal y a sus colegas por considerarlos unos retrógrados chalados? Pues son los típicos colaboracionistas rendidos al imperio gay, unos cobardes incapaces de plantar cara a las fuerzas opresoras.

En fin, basta de palabras, hay que poner en marcha una guerra de guerrillas para evitar que nos convirtamos todos en degenerados con el alma corrompida. De lo contrario, ¿quién preservará el bien precioso de la familia cristiana, eh?