Perdonadme si soy un poco feminista», dijo el papa Francisco hace sólo unos meses ante un grupo de jóvenes. Sí, cómo no va a ser «un poco feminista» si la mitad de la población del mundo, las mujeres, viven o han vivido en condiciones desiguales a los hombres, si las grandes conquistas de los derechos civiles y del bienestar que disfrutan las sociedades democráticas son también fruto de la lucha del feminismo y del compromiso de las mujeres, si el feminismo y la democracia son procesos convergentes, que van de la mano y se fortalecen mutuamente.

Hace 21 años, en Pekín tuvo lugar la cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer organizada por las Naciones Unidas. La conclusión más importante fue que los problemas que repercuten a las mujeres no pueden tratarse de forma aislada, sino que nos enfrentamos a un problema estructural, de cómo están organizadas nuestras sociedades, y que todo ello está interrelacionado; y para definir esta nueva consideración nos dotamos del concepto de género.

Aquellas y aquellos que luchamos por la igualdad somos de sobra conocedoras de las resistencias del machismo frente al cambio y vivo ejemplo ha sido esta semana el cardenal Cañizares afirmando que la «ideología de género es la más insidiosa que ha habido en la toda la historia» y llamando a desobedecer las leyes sobre igualdad de género.

Por eso es necesario que sepan que nuestro trabajo no es que todo siga igual. El objetivo de este nuevo gobierno es la construcción de una sociedad inclusiva y lo haremos deconstruyendo el machismo, sin ningún género de dudas.

El objetivo del machismo es negar la mayor, negar la propia existencia del machismo y presentar, la discriminación o la violencia de género como resultado de determinadas circunstancias y de algunos hombres, no como un problema estructural. Por eso nuestro combate es contra la desigualdad como construcción cultural, la que sigue otorgando privilegios a los hombres sobre las mujeres, y que se traduce en su expresión más brutal en el asesinato de entre 60 y 70 mujeres cada año en nuestro país.

Así que bienvenidos algunos al siglo XXI, a esta nueva era científica y del conocimiento, donde las mujeres llenamos las universidades, investigamos en laboratorios, educamos a la juventud, creamos en todas las expresiones artísticas y comunicativas y hasta dirigimos países; este es el resultado del feminismo, y les garantizo que no ha sido por otorgamiento divino. Hoy manifiesto la voluntad feminista y transformadora de este gobierno para combatir a desigualdad entre mujeres y hombres.

Como dice Amelia Varcálcel: «No conozco casi nada que sea de sentido común. Cada cosa que se dice que es de sentido común ha sido producto de esfuerzos y luchas de alguna gente por ella». Cada conquista, alguna de ellas en constante cuestionamiento, es el resultado de la lucha activa de los movimientos feministas. Que las mujeres podamos trabajar, casarnos con quien queramos y si queremos, ir a la universidad o que se incluyera el sexo como categoría explícita de no discriminación en la Declaración de los Derechos Humanos, es el resultado de estas luchas, no concesiones bondadosas ni otorgamiento divinos.