Todos los precintos politicos han saltado de cara a la nueva campaña electoral, tras las declaraciones de Sánchez del pasado viernes en relación a que no habrá unas terceras elecciones. No vamos a contar la crónica del tren de Lenin, cuando partió en 1917 desde Zurich hasta Petrogrado atravesando Alemania en un vagón debidamente precintado con antelación por los alemanes, en evitación de posibles contagios revolucionarios durante su recorrido por las tierras prusianas.

Tampoco se trata ahora de hablar del vagón retardado de Franco, mientras Hitler bajaba de su coche-salón Erika para tener que esperar al caudillo victorioso sobre el andén de la estación de Hendaya en aquella tarde húmeda de octubre de 1940. Toca hablar de la playa española de vías electorales y de los vagones en circulación.

Desde la perspectiva socialista, la primicia de Sánchez es una honesta tentativa de evitar una tercera vuelta y, de esta manera, ofrecer al devenir peninsular otra muestra de fair play por parte de su líder de cara a un 26J sin prohibiciones, vetos ni censuras. Sin embargo, la declaración de Sánchez puede confirmar a sus barones territoriales la sensación de soledad zigzagueante que experimenta su líder a partir de un análisis más sutil de la noticia, a modo de tabla de salvación anticipada en el corto plazo.

En los extremos opuestos, se intuyen los escenarios que se esconden detrás del mensaje si observamos el momento elegido y el lugar, el foro del Circulo de Economia en Sitges. El anuncio de Sánchez es, sin duda, una nueva demostración de su apetito por neutralizar los efectos del día D+1. Es una jugada de manual que, en cualquiera de los casos, las nuevas camadas del movimiento populista y grupos afines sabrán aprovechar de cara al nuevo/viejo perfil de Pablo Iglesias, tallado a modo de vagón multicapa para satisfacer a sorpassatti y sorpassandi, y así asegurarse las decisiones y acciones de unos y de otros.

El mensaje letal es que con el anuncio de Sánchez entramos en terra incógnita donde las claves, clavijas y precintos de seguridad de esta nueva peripecia no se despejarán sin dificultad y en breve plazo. Es incierto que todo acabe bien porque alguien, el que ha soltado los precintos, nos quiera convencer de ello. Eso sí, al final del andén de la estación de la Moncloa nos espera el manual de Bruselas. Y el de Washington.