Con unos buenos amigos visité hace más de diez años, en Suiza, el túnel que bajo los Alpes se estaba construyendo, a través del macizo del San Gotardo, a lo largo de 57 kilómetros, para facilitar el tráfico de mercancías y pasajeros, evitando la congestión y facilitando la conexión ferroviaria entre el norte y sur del continente europeo a su paso por el territorio helvético. La visita respondía a la invitación de Rinaldo Volpers, concejal del municipio de Faido, jefe geólogo del tramo más crítico de la considerada como obra del siglo, quien, a su vez, visitaría nuestra ciudad tiempo más tarde para dar a conocer, en la Autoridad Portuaria y la Universitat Politècnica de València, destalles técnicos y posibilidades estratégicas que la nueva ruta abriría para las conexiones portuarias.

El porvenir de esta nueva gran infraestructura está por conocer pero la apuesta decidida de las autoridades helvéticas, con una inversión de más de 11.000 millones de euros, no deja lugar a dudas. Todo lo cual nos hace reflexionar, de nuevo, al contemplar las dificultades para la puesta en marcha del Corredor del Mediterráneo que igualmente aliviaría la congestión del tráfico por carretera y facilitaría la conexión de nuestros puertos con los destinos a los cuales van dirigidas las mercancías en ellos descargadas y las de exportación con destino final centro y norte de Europa. Los puertos del norte de Europa, por ejemplo Rotterdam, tienen un tráfico de contenedores todavía diez veces superior a los nuestros y la infraestructura que se acaba de inaugurar por Mateo Renzi, Angela Merkel y François Hollande, junto al presidente suizo Schneider-Ammann, supone una vía de conexión ferroviaria con Génova, y, por tanto, para el tráfico de mercancías y pasajeros entre Italia, Alemania y Francia.

La nueva infraestructura facilitará la distribución de mercancías desde los buques descargados en los puertos del norte de Europa, pero también en los del sur para abastecer a todo el continente europeo. Su impacto y rentabilidad es difícil de predecir en los actuales momentos, pero la determinación con la que se ha llevado a cabo el proyecto, financiado con recargos a los combustibles y vehículos pesados, y en una pequeña parte por la Unión Europea, supone un toque de atención al retraso con el que desde hace también más de diez años se viene considerando la propuesta del Corredor del Mediterráneo como infraestructura igualmente necesaria para la exportación procedente de los territorios que acceden a nuestras costas como de los que desde Lejano Oriente (China) o el próximo Magreb (Argelia) llegan a las mismas con destinos europeos. ¿Cómo es posible que el paralelismo entre ambos corredores pueda pasar desapercibido para quienes deben apostar por una infraestructura de futuro, dinámica, ecológica, y de enorme repercusión económica y social para las tierras y países por los que transcurre?