Un rector ideal de Universidad haría una cosa ante todo. Llamaría uno a uno a todos los directores de Departamentos y a los directores de Proyectos de la Universidad y les preguntaría qué tendrían que hacer para convertirse en referentes indiscutibles entre las Universidades del mundo. Desde luego, exigiría una respuesta a esta pregunta: ¿en qué podría objetivamente especializarse tu Departamento o tu Proyecto para ser conocido entre los estudiantes e investigadores de tu materia en todo el mundo? No pararía hasta identificar su potencial, intensificar una línea de investigación de alto interés científico, social, económico, cultural, en la que fuera posible alcanzar un nivel de excelencia internacional reconocible. Eso haría. La ciencia hoy es especialización. Dado el carácter global de todo rendimiento, si un Departamento es de los primeros en su especialidad, será eficiente, tendrá estudiantes, proyectos financiados, doctorandos, profesores invitados, becarios. En estos encuentros, un rector ideal reconocería a sus profesores y sabría de sus problemas de primera mano. Contrastadas esas conversaciones con el saber del expediente que obra en todo Rectorado, se apreciarían las potencialidades y las limitaciones de los Departamentos y grupos, su viabilidad o su inviabilidad, así como los caminos posibles de transformación.

El Rector de la Complutense, que con toda legitimidad quiere cambiar su institución, debería haber comenzado por ahí. Los referentes de la UCM son la UNAM de México o la UB de Barcelona. Como estas Universidades, la UCM debería situarse entre las primeras productoras de ciencia del mundo hispánico (que atiende las exigencias científicas de 500 millones de habitantes) y entre las cien primeras del mundo. Pero en verdad, la Complutense se va descolgando de todas ellas, sin duda porque no recibe el apoyo de una política de Estado (la Generalitat Catalana tiene algo parecido), pero sobre todo porque no ha sido capaz de renovarse y transformarse a su debido tiempo. El nuevo Rectorado de Carlos Andradas había sembrado esperanzas de una verdadera reforma, y muchos sabíamos que era la última oportunidad de impulsarla. Había expectación y esperanza.

Sin embargo, el Plan de Reestructuración que ha presentado el equipo rectoral de Andradas no ha partido de esa premisa necesaria: reconocer a sus profesores y profesionales, los aliados inevitables en cualquier transformación universitaria. Su comportamiento ha sido el inverso. Recluido en la discreción y la negociación secreta, ha presentado un Plan de ingeniería, basado no en el elemento humano, sino en puros números y fórmulas. Carente de espíritu universitario, ese Plan no traza un modelo de la Complutense ideal. Diseña una política de grandes Departamentos y de Centros gigantes, lo que implicará una reestructuración de todo el personal de administración y servicios (sin decirlo), y desde luego sacudirá todas las estructuras universitarias de representación y de poder. Lo que se derivará de ahí es una incógnita y en el mejor de los casos implicará años de desconcierto, transición y adaptación. Solo algo es claro: de llevarse a cabo, el Rectorado tendrá las manos más libres para una intervención en contenidos docentes, planes de estudios, grados y títulos. Con seguridad, este Proyecto no implicará una transformación desde abajo, capaz de canalizar la libertad, el entusiasmo y las aspiraciones de la población universitaria. Es como un corsé que removerá todos los cuerpos, y que obligará a casi todos ellos a ajustarse a un esqueleto extraño e impuesto.

Si el Rector Andradas hubiera partido de lo que un rector ideal hubiera hecho, de esas entrevistas habría salido un mapa de las especialidades docentes e investigadoras de las que una gran Universidad, como la UCM, no debería prescindir, si aspirara a pronunciar una palabra importante sobre las grandes cuestiones científicas del presente. De esas entrevistas habrían salido los compromisos evaluables en docencia e investigación, las agendas de implementación y evaluación, las exigencias de financiación, los criterios de autocorrección, los observatorios de seguimiento, los criterios de eficiencia, los modos de discriminar resultados, de reconocerlos y compensarlos. En suma, si Andradas hubiera sido por un momento un rector ideal, nos habría ofrecido un plan desde abajo, desde el reconocimiento de los profesores, Departamentos y Centros, y de ese diálogo habría brotado una idea de la UCM capaz de canalizar el trabajo de sus profesionales, de sus estudiantes y de atender a la sociedad a la que sirve.

Con seguridad, en muchas de esas conversaciones se habría llegado a intercambio de opiniones sobre la masa crítica ideal que requiere un Departamento y una Facultad para ser eficientes en proyectos de investigación y docencia. Con ello se podrían ofrecer evidencias sobre las formas más adecuadas y naturales de alcanzar esas masas críticas y los procesos para lograrlo. También se podría llegar a conclusiones compartidas acerca de los Centros y Departamentos que no pueden cumplir ese plan ideal y sus necesarios procesos de integración, pero no presionados por números externos y mágicos, sino asentados en las posibilidades concretas y reales desde criterios de investigación y docencia.

Por ejemplo, si yo hubiera sido llamado por ese rector ideal, mi conversación habría sido de este tenor. Le hubiera dicho que la Facultad de Filosofía de la Complutense, con más de mil alumnos, puede atender con eficiencia el Grado de Filosofía, que es atractivo para unos 200 jóvenes por año (ya con nota de corte en la matrícula); que la Facultad se comprometería a mantener los dobles grados de Derecho y de Ciencia Política, y a aumentarlos con otros posibles de Periodismo, Historia o Filología hispánica, por lo menos. Los dobles grados son muy competitivos desde el punto de vista formativo, profesional y docente, y ofrecen un valor curricular interesante a los estudiantes que los cursan. Desde luego, la Facultad se comprometería a hacer de nuestro Programa de Doctorado quizá el más importante de Filosofía en español (tiene casi 200 tesis matriculadas); y de nuestros Másteres, ofertas capaces de atraer a público internacional en pensamiento contemporáneo, pensamiento español y latinoamericano, filosofía política, y en psicoanálisis. Que la Facultad aumentaría sus compromisos hasta identificar al menos tres grupos de investigación con proyección internacional sobre historia de la filosofía e historia intelectual; sobre pensamiento contemporáneo continental (italiano, francés y alemán), y sobre epistemología y filosofía de la ciencia. Pero también reconocería la necesidad no solo de investigación puntera, sino de intervención social, de extensión universitaria, de alta divulgación, de atención a las exigencias ilustradas de una opinión pública y de diálogo con las demandas sociales. Compromisos tangibles, verificables, alcanzables, sometidos a criterios de eficiencia compartidos y de financiación equitativa.

Con todas esas entrevistas, se podría disponer de un concepto material de Universidad. Sin ese concepto no hay reforma posible. Implica identificar las necesidades sociales y las demandas del presente, no los caprichos de los investigadores, y promover lo que en todo caso la Universidad debe atender, así como definir los criterios de eficiencia para atenderlo. Sin duda, entre la Universidad Complutense actual y ese modelo ideal hay un gran camino, pero con flexibilidad y libertad, con apoyos y con diálogo, se puede comenzar a recorrer. Pero el Rector Andradas ha hecho el camino inverso. Ha configurado un esqueleto rígido, basado en fórmulas cuyas razones desconocemos, cuyas consecuencias ignoramos, cuyos efectos tememos, cuyas incertidumbres sopesamos. En todo caso, ese armazón nos viene dado desde fuera, sin nuestra intervención y al margen de la vida universitaria real.

Desde luego, el Rector Andradas asegura que este plan es sólo el inicio, que debe dar paso a negociación y colaboración, que está abierto a flexibilizaciones y matices. No lo dudamos. Sin embargo, apreciamos que ya parte de un error de planteamiento político, pues surge de una comprensión del poder universitario más gerencial que cooperativo, más directivo que deliberativo. Olvida que para mover la inteligencia y el entusiasmo de los universitarios, estos tienen que participar con su razón y voluntad, pues la Universidad no es una institución de poder y obediencia, sino de libertad y de conocimiento. Así que, en algún momento, el Rector Andradas, si quiere sacar su plan adelante, tendrá que comportarse como el rector ideal. Pero en ese caso, ¿por qué no ha empezado por ahí? Y si ya es tarde para eso, ¿cuál es el siguiente paso en ese diálogo que se nos anuncia? ¿Qué compromisos verificables puede adquirir sobre él? ¿Y sobre qué evidencias compartidas puede girar esa conversación?