Quizás no a mucha gente de fuera del mundo de la cultura, la universidad y el arte le suene el nombre que titula esta columna, pero es importante hablar de él. A Román „así llamado por todos nosotros, sus alumnos, colegas y amigos„ le otorgaron hace pocos días la máxima distinción de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos, en un salón de actos del Museo San Pío V abarrotado de gente contenta de poder compartir esa celebración tan especial. En una época con tantos eventos fugaces que no dejan ni rastro, actos como el del otro día deben traerse a colación.

Se trataba de premiar toda una vida dedicada a la enseñanza universitaria ilusionada, al ensayo académico, al comisariado de exposiciones y a la dirección de instituciones como La Real Academia o el MuVIM. Quizás este último cargo citado nos refresque la memoria: Román de la Calle dimitió como director del MuVIM al negarse a retirar diez fotografías de una exposición de fotoperiodismo que había censurado el PP, incluida una del expresidente del Gobierno José María Aznar cuando fue investido doctor honoris causa por la Universidad Cardenal Herrera-CEU. El gesto fue celebrado como reivindicación de la independencia de la cultura y del periodismo frente al conocido afán de control y censura de los gobiernos totalitarios, que nunca han reconocido otra cultura que la que acepta la sumisión. Una gran perdida para el MuVIM, en su mejor etapa, pues Román poseía precisamente el perfil más adecuado para dirigirlo: profundamente enraizado en el pensamiento humanista e ilustrado y, a la vez, plenamente atento a la modernidad, apoyando siempre todo tipo de iniciativas con una ilusión que siempre nos ha contagiado.

Román fue también el principal impulsor de la fundación Martínez-Guerricabeitia de la Universitat, así como una figura clave para la consolidación de la Facultat de Belles Arts de la UPV, dirigiendo o presidiendo muchos de nuestros tribunales de tesis doctoral. Pero muy por encima de su perfil investigador y docente, lo más importante y genuino de Román es y ha sido siempre su capacidad para dinamizar el mundo de la cultura, del arte, de la música, sin hacerse apenas enemigos y cosechando el respeto y el cariño sincero de gente realmente muy diversa, en pensamiento, edad o ideología. En él se acrisola el humanismo de la mejor cepa: el que enseña y contagia el amor por la cultura desde la cercanía y la entrega incondicional. Una vida fructífera en amigos y obras, en el hacer y en el estímulo. En un tiempo de acoso a la cultura, de IVAs disuasorios y de eventos fugaces: larga vida a Román.