Sucedió hace doscientos años: Europa y otras regiones del hemisferio norte no tuvieron verano. Julio y agosto de 1816 fueron anormalmente fríos y tormentosos, y el mal tiempo arruinó las cosechas en numerosos países en una época en la que la dependencia de la agricultura era mucho mayor que en la actualidad.

El responsable fue el volcán Tambora, en la isla de Sumbawa (Indonesia), cuya colosal erupción, ocurrida en abril de 1815, un año antes, fue una de las mayores de todos los tiempos. Sus gases y cenizas fueron vomitados con tal violencia que quedaron estancados en la estratosfera durante varios años, tapando nuestro planeta de la energía del Sol. Fue una de las crisis climáticas de orden natural más notables de los últimos siglos, hasta el punto de que 1816 no sólo no tuvo verano, sino que fue el año más frío en numerosos países.

Ahora, en el año 2016, se conmemora el segundo centenario del denominado «Año sin verano», que ha perdurado en la memoria colectiva por las consecuencias globales que tuvo. La del Tambora se considera erupción ultrapliniana, denominación que alude al violento subgrupo de volcanes que lanzan sus cenizas a altitudes superiores a los 25 kilómetros. Es el caso extremo de las erupciones plinianas, extraordinariamente explosivas, que se bautizaron así en memoria de Plinio el Viejo, víctima de la erupción del Vesubio en el año 79 d. C. que destruyó Pompeya.