El cierre de Canal 9 fue interpretado por algunos como un trauma. Lo fue, lo sigue siendo, para la plantilla que aún está en plena reclamación. Entre los espectadores que nunca la apreciaron, o entre los muchos que la fueron menospreciando, su fundido a negro fue la constatación de uno o varios fracasos políticos.

La creación de un nuevo Canal 9 tuvo buena acogida cuando el actual presidente de la Generalitat, el socialista Ximo Puig, y los otros partidos de la coalición que gobierna, la enarbolaron como una promesa electoral. Con el empuje del podemita Antonio Montiel, en el último año los grupos de expertos han aportado argumentos para armar el proyecto de ley que ahora tramitan las Corts.

Ciertamente, hay asuntos pendientes de gran calado, como la situación de esa plantilla objeto de un expediente, ilegal, de regulación de empleo. Y otros que parecen casi imposibles, como organizar una empresa pública ágil con tantos controles para repartir el poder, canalizar la participación e impedir los delirios financieros. Pero en los próximos meses, Canal 9 tendrá cara y ojos, habrá un organigrama, se reunirán el consejo de administración y el consejo de control, habrá contrataciones, se desempolvarán las cámaras y se encenderán los focos, y volverán a tener vida los estudios del edificio de Burjassot que durante meses ha quedado envuelto en una bruma de ficciones populares y mala gestión.

Llegados a este punto, no parece baladí subrayar una cuestión que sobrevuela los razonamientos a favor y en contra, y que no llega a aterrizar: ¿qué rentabilidad cabe esperar del nuevo Canal 9? Hay una respuesta política. Contribuirá al dossier identitario „lengua, territorio y cultura„ mejorará la participación ciudadana y equilibrará el ecosistema de la comunicación. A poco que las cosas se hagan bien, son las funciones de cualquier televisión autonómica y su mención es coherente. Pero el alcance de esa función es limitado. El actual contexto de redes y medios digitales resta a la televisión el alcance que tenía a finales de los 80. Y, sea cual sea la programación, la audiencia a la que puede aspirar una emisora con los recursos financieros tasados, no supera el 8 o el 10 % del share.

Si esto es así, ¿dónde buscar la rentabilidad? Desde mi punto de vista, Canal 9 será rentable si se acierta a combinar su función política con su papel empresarial, como un «instrumento para fomentar la creatividad y la producción de bienes culturales contribuyendo a la dinamización económica y a la creación de empleo en la Comunitat Valenciana». Canal 9 va a ser, 27 años y casi dos mil millones de euros después, una enorme inversión pública para poner en marcha la empresa cultural más potente de la Comunitat Valenciana.

Como empresa del sector, el beneficio se medirá por lo que produzca „bienes simbólicos, cultura, comunicación, incluso identidad„ pero también por cómo y con quién lo haga, por cómo estimule y fomente el empleo y la actividad del conjunto de las industrias culturales con su efecto en círculos concéntricos. El más cercano: el de la producción audiovisual independiente y el de las televisiones y radios locales o comarcales. Para las productoras, ya hay en marcha una convocatoria de compras; en cuanto a las segundas, poco se ha concretado de una alianza o red que amortigüe el efecto elefante en cacharrería.

En otros círculos, el alcance de Canal 9 llegará también al resto de las industrias culturales (desde el teatro a la danza, la música, la edición, los videojuegos o los museos) y de las industrias creativas (la moda, el diseño, el uso turístico del patrimonio, el software?). Empezando por la producción audiovisual independiente, en 1989 las industrias culturales eran un sector casi por inventar y el papel de una empresa tan potente como RTVV se quiso justificar dando difusión a lo poco que se hacía y aureola mediática a los creadores valencianos. En el debe de aquel entonces, y en el de las diferentes etapas sucesivas, quedó la reincidente centrifugación de las compras y las coproducciones con un recurso continuo a las empresas de fuera de la Comunitat.

Casi treinta años después, las industrias culturales, empezando por la audiovisual, son una realidad „esforzada pero emergente„ una opción de empleo para los jóvenes y, sobre todo, una modesta pero nítida contribución a un modelo de crecimiento económico alejado del ladrillo y la especulación. Aunque muy afectado por la crisis, el sector ha visto iniciativas interesantes, empresas con mucho dinamismo y hay una coincidencia general en que, con una alianza estratégica entre lo público y lo privado, puede desarrollar un gran potencial.

Más allá o junto al impulso de la identidad, la rentabilidad de un nuevo Canal 9 podría venir, pues, de su papel como motor de una industria cultural y creativa regional. Cuestión de elegir bien las prioridades y de no incurrir en viejos errores. Nada fácil de gestionar, desde luego. En mi modesta opinión, oportuna, social y económicamente, oportuna.