Afortunadamente, mientras el mundo se calienta sospechosa e irremediablemente, España está más fresquita que en 2015. Y puestos a mirar al pasado, me remonto los escritos de Isidoro de Antillón. Nacido en Santa Eulalia del Campo en 1778, su formación no fue especialmente geográfica pero la obtención de una cátedra de «Geografía, Cronología e Historia» del Seminario de Nobles cambió sus inclinaciones. En 1808, publicó en Madrid «Elementos de la Geografía astronómica, natural y política de España y Portugal». Muestra un buen conocimiento de los factores astronómicos del clima, pero la obra no escapa a algunas ideas curiosas. Vincula la temperatura a la latitud, y por tanto a la inclinación de los rayos solares y a ese factor principal añade la calidad del suelo y la altura. Curioso es ese segundo elemento cuyo efecto ejemplifica en Canadá que tendría menos temperatura que Francia por hallarse cubierta de bosques, menos cultivada, con menos población y muchas aguas estancadas. También habla de las alteraciones del clima y considera que la humanización del territorio al cortarse bosques, desecarse lagunas y favorecer el curso de las aguas disminuye los rigores del clima, «suprimiendo las causas que concurrian á exâsperarlo». Así, según Isidoro de Antillón la dulzura del clima de Italia desapareció cuando los bárbaros del Norte la devastaron con sus costumbres, armas y leyes. Y la población e industria de los holandeses, animada por su sabia legislación y por la libertad, han corregido los rigores del antiguo clima de los bátavos, a saber el pueblo germánico que ocupó la actual Holanda. Dentro de unos siglos, si aún se conservan nuestras publicaciones, es posible que algún estudioso también vea curiosas nuestras aseveraciones.