Curioseando la pantagruélica lista de opciones vacacionales, destaca ampliamente la migración ciudadana hacia otras concentraciones de ladrillo compuestas básicamente por apartamentos. Fue a mediados de los años sesenta cuando se instaura el éxodo estival generalizado en España con desplazamientos factibles gracias al mítico Seat 600; época del desarrollismo y la masiva explotación de paisajes naturales costeros, tiempo en el que las aldeas de pescadores pasaron a convertirse en locura urbanística según apunta el estudio del investigador Manuel Espín.

En un principio, la traslación masiva puede estar motivada por el anhelo de amaneceres tibiamente iluminados, frescas brisas marinas o puestas de sol relajantes que impriman un nuevo ritmo a lo cotidiano; pero la enjundia se encuentra más interiorizada de lo que aparenta por lo que la búsqueda del bienestar en tales estancias transitorias -apartamentos- conlleva algo mucho más complejo. Tras conseguir acordar con todos los familiares de forma consensuada horarios y fechas de consumo del bien inmobiliario, surge de sopetón algún inquilino, que en última instancia, discrepa argumentando detalles baladíes. Después. Llegado el momento. No sin cierta ansiedad, se toma posesión del trono estival anhelado; un dominio que durante el resto del año dormitó abandonado pero que en verano resucita inspirando la exteriorización de la jurisdicción personal correspondiente, -Maria Estuardo navegó peligrosamente hasta su Escocia natal a fin de ceñirse la corona que le correspondía por linaje-.

Extrañamente en el apartamento veraniego se implanta un chocante régimen de sociabilidad que ni por asomo podría llegar a materializarse en el ámbito habitual. Un caleidoscopio de mezcladas emociones emboscadas bajo el continuo ajetreo de toallas multicolores, miradas recelosas en la cocina, muecas durante las pitanzas y conversaciones que de tan superficiales hasta hieren. El apartamento acoge una efervescencia tal que equivale al bullir del caldero del druida Panoramix. Novios y parejas de hecho, amigos y amigas, familiares de cercanía dudosa visibles sólo en fechas clave, sobrinos pequeños y maduros e incluso algún colega de estudios son algunas de las figuras posibles para esta modalidad de veraneo plenamente consumada socialmente que subraya las distancias entre clases, pero sin llamar excesivamente la atención: "El juste milieu es la consigna" (René Köning). Latentes diferencias de fondo y forma entre habitantes del piso coexisten dispuestas a prender la mecha de un polvorín salvaguardado mediante frases forzosamente edulcoradas. Pero el apartamento puede con todo eso y más. Relaciones sexuales de hijos con alguien poco agradable fuera de temporada, por mor del canicular alojamiento son toleradas entre sonrisitas aunque las parejas se cuelen en el turno del cuarto de baño prolongando duchas hasta el límite de la condescendencia. Desayunos o cenas en la terraza -si la hay- capeando que residentes del enjambre urbanístico anden en cueros a centímetros de nuestra barandilla. El apartamento metamorfosea de tal modo a sus inquilinos que aceptan el verse obligados a oír cuitas ajenas expuestas en vociferantes reuniones a la luz de la luna. El litoral alojamiento bien podría ser un paralelismo de aquellas películas españolas con rodajes "doble versión" en las que se filmaban secuencias "exclusivamente para el extranjero": "Juventud a la intemperie·" de Ignacio F. Iquino, "Diferente" de Luis María Delgado.

Dichosos quienes consiguen ubicación preferente ante el mar u océano ya que la generalidad de construcciones surgen entre otros edificios o se asientan en solares lindantes a carreteras y calles al estilo metropolitano. Criaturas nacidas de especulaciones por parte de promotoras encubiertas bajo indescifrables siglas, hábilmente mangoneadas por negociadores de solera trufan archivos ilustrativos con referencias tales como la datada en los setenta del pasado siglo: "Un tiburón financiero italiano, quiso construir una urbanización de lujo en Formentera y pagó más de 1.400 millones de pesetas por unos terrenos que resultaron no ser urbanizables. Aunque tomó la precaución de pagar con acciones de la propia sociedad compradora, de nada le sirvió porque para cuando quiso darse cuenta, el grupo había vendido sus acciones en bolsa" (Alvaro Baeza L.).

La magia -palabra derivada de la prestigiosa casta iraní de los magoi-, en el apartamento radica en su cercanía con el agua que nos fusiona a nuestra genuina identidad en el mensaje de la naturaleza.