Hoy no voy a escribir nada sobre la crisis, ni del escandaloso paro juvenil ni tan siquiera de la corrupción en nuestro país. Tampoco de maniobras políticas que unos, otros y otras hacen para que cuadre la investidura. Tampoco escribiré de la pokemanía del verano, de ese ir y venir con el móvil en la mano. Voy a escribir unas líneas sobre la felicidad.

Estoy sentado frente al mar, en la playa de la Malvarrosa, esa playa nuestra que se encuentra junto a la urbe; y cada día que voy a verla me siento más orgulloso de tener tan hermosa playa y tan magnífico paseo. Me siento feliz mirando el horizonte, disfrutando de esta playa, tan cerca de la ciudad y tan alejada de las prisas y de la aglomeración. Me siento feliz, como imagino que lo son las personas que se sientan frente al mar para disfrutar del sol y del mar. Este entorno me recuerda lo que dice Rafael Santandreu, en su libro Las gafas de la felicidad: «apreciar lo hermoso me impulsa a generar esa misma belleza en todo lo que hago. Cuando sintonizo con mi entorno, suena un Stradivarius». Algo tan natural como sentarse frente al mar se puede convertir en un auténtico paraíso. Dejando atrás las prisas y ese «cortoplacismo» que impregna nuestra sociedad y que nos empuja a no saber vivir o a malvivir, sin apreciar lo que nos rodea, incluso ignorando nuestras propias amistades. Pasa el tiempo delante de nuestras narices y pasan tantas cosas de las que no nos damos cuenta. Solo estamos pensando que llevamos meses sin gobierno y que no se ponen de acuerdo nuestros políticos. Esto es urgente, por supuesto, pero como dice Santandreu, necesitamos oír un Stradivarius en nuestra cabeza para llenarnos de energía hoy más que nunca y debemos convertirnos en auténticos «sibaritas de la vida», esto es, disfrutar de los gestos amables, de una conversación amena con los amigos, de una canción, de un paseo por nuestra ciudad o simplemente de la contemplación del mar que tenemos aquí al lado.

Desde hace unos pocos días, he pasado a engrosar las listas de los desempleados en nuestra Comunidad Valenciana, como otros y otras tantos/as; pero, nadie podrá impedir que suene un Stradivarius en mi cabeza.