De pequeño me asombraban las líneas paralelas. Esas que por mucho que las prolongues, nunca se tocan. Ni se aceran, ni se alejan. Las vías del tren, los cables de la luz. Me parecía magia. Ahora, algo más mayor, he descubierto que también existen mundos paralelos, mundos que se miran, si acaso, se observan, pero nada de acercarse. Aquellos porque no quieren, estos porque no pueden, y les separa un mar simbólico de obstáculos que está puestos precisamente para que nunca converjan.

Si se miran, uno lo hace con desprecio e indiferencia, el otro con envidia. Un mundo abusa del otro, le llama vago, ambicioso, por soñar con lo que no tiene, incluso le promete la felicidad en el más allá. Inexplicablemente, el otro mundo le vota para que mande, para que planifique y siga el paralelismo. El mundo de los privilegiados, que curiosamente tiene pocos habitantes, pasa recibos puntualmente a los otros mundos, que los pagan sin rechistar por miedo a pasar a un mundo peor. Les cede los trabajos que no quiere hacer y consigue que imaginen que son conquistas. Incluso permite que les pueda tocar eso que llaman lotería y producir así trasvases controlados. A veces hay voces que reclaman, y el poder les deja, para aparentar una bondad falsa, y que los mundos continúen paralelos.

Ya sé que esto parece un cuento, pero tal vez no sea así, tal vez en algún momento nos daremos cuenta de que el mundo poderoso necesita del otro, y que esa necesidad le da poder al débil. Entonces descubriremos que se pueden tirar cuerdas y escaleras para un abordaje simbólico. Será cuando los privilegios, los abusos, los despilfarros y los errores podrán ser corregidos. Los mundos convergerán, a regañadientes del poder, claro, y aparecerán de nuevo valores que sustituyan a los antiguos, obsoletos e injustos. Me refiero a la ju

sticia, a la decencia, a la solidaridad y a la igualdad. La geometría cambiará sus leyes y le dará al paralelismo un sentido de similitud.

Sospecho que al primer descuido intentarán revertir las cosas, que el norte vuelva a ser norte, y el sur sea sur, como si fuera un mandato divino, pero para entonces la ciudadanía ya habrá visto el horizonte, y será difícil engañarla de nuevo. Sabremos que el progreso o es colectivo o no es progreso. Al menos eso creo.