Me sorprende, no lo oculto, cómo José Ignacio Casar se atreve a utilizar la palabra «fracaso» para referirse al museo de Bellas Artes de Valencia, del que es el actual director. Sí, éste es el titular de su artículo publicado hace unos días en este diario: «El museo de Bellas Artes, de fracaso a oportunidad». Y ello, sin temor alguno a desacreditar de un plumazo a un museo señero, creado hace más de 175 años y máximo referente del arte clásico en la Comunitat Valenciana, siempre que con ello se consigan objetivos poco confesables.

Permítame el señor Casar que muestre mi desconcierto, pues como directora del Museo de Bellas Artes que fui desde julio de 2011 hasta el año 2015, me siento en la obligación de escribir estas líneas para restablecer el agravio que ha causado al museo y al equipo humano que, con escasos medios, pretendíamos un museo vivo y dinámico , abierto a la sociedad y con proyectos de futuro.

Acercar el museo a la ciudadanía para cumplir la función encomendada de difusión y divulgación de la cultura fue, como no podía ser de otra forma, uno de nuestros objetivos. Así, en el año 2014, aún con la mitad del museo cerrado por obras, contamos con 151.019 visitantes, alcanzando un incremento de un 23 % sobre el año 2011. Para ello nos esforzamos en hacer más de una treintena de exposiciones, catálogos y monografías y traer obras invitadas, así como la creación de las salas dedicadas a Sorolla, Goya o Juan de Juanes, o las salas góticas... en total, más de una treintena en estos cuatro años. Sólo en el año 2011 se programaron 141 actividades culturales.

Por citar algunas exposiciones, con gran éxito de público: Sorolla, vestidos para posar, comisariada por Victoria Liceras; De lo efímero, por Chimo Lara; Valencia 1750, por Luis Ramírez; De Goya a Barjola. Tauromaquias. Obra gráfica, en colaboración con la fundación Barjola. Con fondos exclusivamente propios destacaría Los Pinazo. Genio y figuras, o Poéticas figurativas en las colecciones del museo. 1947-2006, en colaboración con la Academia de Bellas Artes de San Carlos, a través de Manuel Muñoz, o las de los fondos de dibujos expuestos por su conservadora y académica Adela Espinós.

En colaboración con el Ministerio y con la Fundación la Caixa fraguamos un convenio para que el museo pudiera acoger una muestra itinerante, de gran nivel: Tiempos de melancolía. Me temo que ésta es la única exposición que el actual director ha inaugurado en el museo en un año. Y su directora general, Carmen Amoraga, no dudó en apropiárselo como éxito de su gestión de tan sólo dos meses al frente de su nuevo cargo. Lástima que después no hayamos visto tanta rapidez ejecutiva.

En estos casos se suele utilizar el calificativo orteguiano de adanismo como uno de los males que aquejan la gestión pública y amenazan el progreso: todo lo anterior, por el solo hecho de serlo es ontológicamente perverso, hay que borrarlo, y se completa con su corolario maniqueo: «Todo (lo bueno) lo he hecho yo».

Sólo así se explicaría cómo ha desaparecido la Sala Sorolla creada en el 2011 con casi 70 obras de arte, pues los datos de que dispone su personal técnico no justifica tal medida. El resultado de las encuestas realizadas, afirma que más del 60 % de los nuevos visitantes confesaba que acudía al museo por primera vez atraído por esa sala y era lo que más les había agradado, convirtiéndose en foco permanente de atracción de visitantes.

Nosotros, al igual que Casar, teníamos como objetivo abrir el museo a la sociedad. Para ello creamos la Asociación de Amigos del Museo, como había en otros museos de España, alcanzando en poco tiempo un gran número de miembros y de actividades. Pero en su línea, lejos de ayudar y profundizar en el camino iniciado, la están constriñendo cada vez más, no sabemos hasta dónde.

Y hablando de «oportunidades», en los próximos meses se terminarán las obras del museo: la denominada quinta fase de ampliación que financia y ejecuta el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte y que dotará al museo de un magnífico espacio para exhibir las colecciones de los siglos XIX y XX. El equipo de gobierno anterior consiguió hacer realidad el proyecto en un momento de grave crisis económica. Un museo en obras es difícil de dirigir (traslado de más de 30.000 obras de arte, cierres de salas...) y todos hicimos un esfuerzo, para que el museo estuviera abierto y se continuó con la programación expositiva; incluso se aumentó el número de visitantes.

Confío en que el actual director aproveche esta oportunidad, por el interés del museo y le deseo que consiga proyectos beneficiosos para la institución, como los de una mayor autonomía de gestión para el museo y mayores recursos económicos. Muchas veces he pensado qué oportunidad se perdió cuando se creó el IVAM y no se exportó al San Pío V ese modelo, que conlleva más presupuesto.

La idea de ampliar el museo contando con el Monasterio de la Santísima Trinidad ya la formuló hace dos años el profesor Santiago Grisolía, como presidente del Consell Valencià de Cultura. Bueno es tener ilusiones, pero los proyectos para que lleguen a buen puerto deben trabajarse con rigor, valorar las distintas opciones (pues no siempre funcionan bien dos edificios diferentes) y hacerlos creíbles y posibles. Recuerdo que el magnífico legado de Pere María Orts fue un argumento decisivo para que se llevaran a término las obras de ampliación actualmente en curso.

Confío en que ahora el señor Casar convendrá conmigo en que hablar de fracaso, además de erróneo, es una terminología peligrosa y ambigua porque también podría referirse al año que ha estado al frente del museo... Y no me vale que lo justifique descontextualizando las reflexiones que realiza un intelectual que hace ya bastantes años tuvo responsabilidades en el museo y que más suenan a serena autocrítica que a otra cosa. Cuando, en breve, acceda definitivamente al puesto de director, espero que ya no tenga necesidad de congraciarse con un discurso efectista y sin rigor, y que retome el perfil profesional que sin duda posee y nos muestre su proyecto expositivo y discursivo del museo.