Hoy es 25 de noviembre, Día internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer. O como es más conocido en nuestro entorno, Día contra la violencia de género. Si, un año más, se convierte en momento de recuerdo, de denuncia y de reflexión. De recuerdo por todas esas mujeres que han muerto a manos de sus parejas o de quienes lo fueron. Y lo decimos así, de esa manera a que tan acostumbrados nos tienen los medios de comunicación, que se nos olvida que no han muerto, sino que las han matado. Eran madres, hijas, hermanas... que de la manera más irracional han desaparecido de la vida de los suyos para siempre. De sus vidas, sí; pero no de su recuerdo. Les han quitado la vida aquellos a quienes amaron, o creyeron amar; aquellos que de manera silenciosa fueron introduciendo en sus mentes la sumisión, quienes las convencieron de que para nada o muy poco servían, de que nadie sino ellos iba a quererlas, de quienes convirtieron a una mujer en una cosa, pues no dejaba de ser para ellos una propiedad más, de la que poder disponer cómo y cuándo consideraran conveniente... Y estaban tan equivocados; y ellas, también; aisladas, eran incapaces de reconocer la situación de dominio y maltrato a que se veían sometidas, y por ello, y por muchas otras razones „fundamentalmente la dependencia emocional y económica que mantenían respecto de sus captores„ se vieron abocadas a una situación de no retorno, que acabó con sus vidas y cambió para siempre la de quienes las amaban sin egoísmos y las necesitaban.

Y haremos manifiestos, y repetiremos una y mil veces que hay que acabar con esta lacra social, y pondremos en nuestras solapas lazos de color morado y los informativos hablarán del Día internacional contra la violencia de género, se harán públicos nuevos datos estadísticos... Y habrá quién pensará que todo esto de poco o nada sirve. Y se equivocan. Porque con todo ello, lo que pretendemos es alzar nuestra voz contra la violencia que sufren las mujeres y visibilizar a las víctimas de violencia de género: a todas, a las que ya no pueden decir nada y a aquéllas que, cautas, temerosas incluso, se atreven a denunciar la situación por la que están atravesando.

Son muchas y muy diversas las instituciones, organizaciones, asociaciones... que están inmersas en la batalla contra la violencia de género. Pero hoy, desde aquí, quiero destacar la labor de un grupo de hombres y mujeres, que cada día, todos los días del año, están al lado de las víctimas. Los abogados y las abogadas del turno de oficio especializado en violencia de género, cuyo trabajo merece ser especialmente reconocido. Se adscriben al turno de manera voluntaria; asesoran e informan a las mujeres que deciden presentar una denuncia para que sean perfectamente conocedoras del proceso en que se van a ver inmersas, contribuyendo a disminuir la inevitable victimización secundaria; que les prestan apoyo y asesoramiento continuado y asumen la dirección letrada de los procedimientos que se puedan derivar. Para todo ello se preocupan por formarse, sacrifican horas de trabajo y de sueño en los días de guardia; y en los momentos en que la víctima se viene abajo, ahí están para mostrar su apoyo incondicional. Y, al final, la compensación más importante que la abogada o el abogado de turno de oficio puede encontrar es la de haber contribuido a que una mujer maltratada escape del ciclo de la violencia. La de haber ayudado a una auténtica superviviente.