En distintas ocasiones, antes de la guerra, he tenido ocasión de visitar Siria, y concretamente la magnífica ciudad de Alepo. Ahora, todo el mundo la conoce por su papel en el conflicto, pero últimamente, sobre todo por sus ruinas ensangrentadas. Sin olvidar las escuelas y hospitales bombardeados, los edificios derruidos a cañonazos y la secuela de muertos y heridos. Las cifras ya no le importan a nadie. Se cuentan muchos miles desde que empezó el conflicto hace cinco años y pico, pero no pasa nada. En pleno siglo XXI seguimos asistiendo a la crueldad de una guerra bestial. Y no pasa nada. Los nazis masacraron a millones de seres humanos. Y entonces no pasó nada. En Siria, y en la ciudad de Alepo, mueren diariamente decenas de personas. Y sigue sin pasar nada. ¿Qué más puede suceder para que la opinión pública mundial reaccione severamente ante sus gobiernos, pidiéndoles responsabilidades? ¿Qué estáis haciendo para parar definitivamente la guerra de Siria? Esta debería ser la pregunta de nuestras ciudadanías. Como siempre, demasiados intereses en juego. Mientras tanto, en las calles de Alepo las bombas destrozan a hombres y mujeres, niños, jóvenes y ancianos.

¿Qué habrá quedado de la preciosa Ciudadela, que se erguía orgullosa como uno de sus símbolos? ¿Dónde estarán esas personas que nos acompañanban para mostrarnos orgullosos su país: guías, chóferes€? No se trata de suscitar vanos y fatuos sentimientos de culpabilidad, sino de recordar que la indiferencia es la actitud más generalizada. Probablemente el llamado cansancio mediático ha hecho mella en nosotros. Las imágenes del conflicto ya ni siquiera nos impresionan, nos hemos acostumbrado. Nuestra fuente de fraternidad humana compasiva se ha secado.

El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas constató el 30 de noviembre la carnicería que está teniendo lugar en Alepo, pero Moscú ha bloqueado toda decisión que lleve a parar los bombardeos de los barrios rebeldes del este de la ciudad, con el fin de permitir la llegada de ayuda humanitaria y la apertura de un corredor para la evacuación de 250.000 civiles asediados en esa zona, de los cuáles 100.000 niños. La falta de gasolina para las ambulancias está llevando a que los muertos y los heridos sean transportados en carretillas. Cuentan que, cada vez más, el trabajo de los socorristas y sanitarios es más complicado, por eso los cadáveres comienzan a pudrirse en las calles, convirtiendo a esta ciudad en una gran fosa común.

La única esperanza de Alepo está en Ankara. Representantes de los grupos armados y los rusos se están encontrando para buscar un alto el fuego, a cambio de la salida de la ciudad de los combatientes cercanos a Al Qaeda. La mayoría de las facciones rebeldes están dispuestas a aceptar este plan, aunque duden de la capacidad de Moscú para convencer a Damasco de las bondades del mismo. De nuevo la imagen de la ONU y el Consejo de Seguridad están en entredicho ante la sucesión de vetos. Ahora son los rusos, otras veces los americanos. Pero en Alepo mueren personas, ante la indiferencia de todos. ¡Paren esta maldita guerra!