Una vez más se nos pone a los agricultores arroceros en el disparadero por la salud hídrica de la Albufera de Valencia. Vaya por delante que la adaptación de nuestro sistema productivo a las exigencias del parque natural ha sido ejemplar. Estamos cumpliendo todas las limitaciones impuestas: usamos fitosanitarios más caros, hasta este año no quemábamos la paja, etcétera. Considerando que no es el momento de entrar en otros detalles como el origen, ni el hecho causante, del aumento de mosquitos y otros insectos que ya están causando molestias en las poblaciones del entorno de la zona ecológica protegida, deseo centrarme en la crisis de agua por la que este otoño ha atravesado nuestra Albufera.

Los hechos son los que son. Acabamos de vivir unas típicas jornadas de lluvias de otoño y el lago ha recuperado sus niveles normales. También, todo hay que decirlo, ha llegado a la laguna parte del agua con la que las comunidades de regantes de los ocho términos lindantes inundamos los arrozales por estas épocas del año. En esta campaña, en la que la cosecha se ha retrasado (los agricultores dependemos más del clima que de fechas fijas de un calendario) se nos ha permitido quemar la paja con la finalidad de evitar el daño medioambiental de su pudrición en el agua que ha causado en campañas recientes.

¿Cómo es posible que los medioambientalistas atrincherados tras las mesas de la Conselleria de Agricultura, Medio Ambiente, Cambio Climático y Desarrollo Rural desconozcan estos detalles? ¿Acaso estos nuevos burócratas de turmo pretenden poner a los arroceros, y sus frágiles economías, a su servicio y libre disposición?

Este otoño bajó el nivel del agua en la Albufera, es cierto. En esta situación, la Junta de Desagüe no puede, ni debe, abrir las compuertas ya que se produciría la entrada de agua del mar. Provocaríamos el efecto contrario que se persigue con la perellonà, o inundación invernal, para evitar la entrada del agua salobre por filtración. ¿Conocen a alguien por esta zona que cultive con agua salada?

Hasta donde yo sé no se han producido daños medioambientales. Nadie ha hablado de ello ni ha concretado ninguno, ni especial ni particular. Sí que los hubo, y graves, en la avifauna y en la pesca en las temporadas en las que se nos prohibió quemar la paja. Ni un responsable, ni una sola destitución, que yo recuerde. Y ahora, sin que se hayan cuantificado ni cualificado las consecuencias del bajo nivel de la Albufera, apuntan a los arroceros representados en la Junta de Desagüe, organización de agricultores propietarios que data del siglo XVIII.

Las compuertas no se abren o cierran por capricho. Todo tiene una razón de ser. Valga como ejemplo que dimos salida del agua al mar tras las lluvias de finales de noviembre ya que cuando el nivel es alto, se pone en peligro la solidez de las motas o diques de contención. Lo aprendimos de nuestros padres y abuelos. Y éstos, de sus ancestros.

Y ya que expongo mi visión en un diario que tantas ocasiones me ha dado para poner en negro sobre blanco aspectos de nuestro castigado sistema hidráulico, quiero usar la frase que no por tan manida es menos certera de «no disparen al periodista» para pedir que «no disparen al agricultor arrocero». Más de dos, y más de cuatro, han afirmado que no se entiende la existencia del Parque Natural de la Albufera sin arroceros.