Durante la guerra de Irak me sorprendió un artículo de Camilo José Cela Conde en Levante-EMV subrayando, como un móvil de la invasión, la intención de Sadam Husein de aceptar euros (en lugar de dólares) por el petróleo iraquí. La lucha por conseguir o mantener posiciones de ventaja en el comercio internacional origina tensiones y enfrentamientos armados. Pero ¿qué importancia tiene la moneda?

Cuando mi divisa es la más usada en pagos internacionales y la más codiciada como reserva de valor, tengo ventajas. Puedo emitirla, vendiéndola o prestándola, y con ella me abonarán mis exportaciones. También puedo pagar mis importaciones sin comprarla previamente. No incurro en gastos de transacción por cambio de divisas y puedo ser beneficiario de los mismos. Los receptores de mi moneda desean prestármela invirtiendo en títulos de deuda de mi país, muy segura por ser emisor de la divisa más fuerte. Además, al dispersarla por el mundo, atendiendo su gran demanda, tengo escaso peligro de causar especial inflación en mi país.

No es posible desequilibrar permanentemente exportaciones e importaciones sin endeudarse o causar la deuda de otros. Acabando la Segunda Guerra Mundial, John Maynard Keynes trató de combatir el acaparamiento de mercados y la acumulación de superávit comercial por parte de ningún país. Concretó su propuesta en la creación de la Unión Internacional de Compensación, que emitiría la moneda para el comercio mundial (el bancor) y la Organización Internacional de Comercio, vinculada a la ONU. Cada país, que conservaría la gestión de su propia divisa, tendría asignada una cantidad inicial de bancores proporcional a su peso comercial relativo, cantidad que aumentaría con sus exportaciones y disminuiría con sus importaciones. Los ajustes deberían repartirse entre deficitarios y excedentarios. Ambos pagarían un interés sobre el déficit o exceso de bancores. Los primeros aplicarían las medidas estándar para favorecer sus exportaciones, pero también los segundos tratarían de gastar su sobrante importando más, porque Keynes proponía, incluso, llegar a confiscar su superávit. El fondo generado serviría para el desarrollo de los países más necesitados.

El diseño de Keynes no agradó a las élites norteamericanas. Su plan para controlar y supervisar en su provecho una gran parte de la economía mundial exigía el privilegio de emitir la moneda de referencia. Colmaron el mundo de dólares que se usaban para comprarles sus enormes excedentes de producción. A la medida de sus intereses se crearon el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, que solo aplican ajustes a los países deficitarios, agudizando su deuda y sus dificultades, y fomentando la recolonización financiera de muchos países, tras su descolonización política.

Actualmente, Estados Unidos es muy deficitario comercialmente pero no sufre el acoso de otros países deudores. Como país, paga sus importaciones anotando, mediante el teclado, un número de dólares en la cuenta corriente del exportador extranjero en un banco de la Reserva Federal. Cuando aquél decide invertir en títulos del Tesoro norteamericano solamente han de debitar la cantidad en su cuenta corriente y abonarla en su cuenta de ahorro de la misma Reserva Federal. Únicamente cambian números en una pantalla.

Las élites norteamericanas ejercen su ventajismo independientemente del color demócrata o republicano de su administración. Sus mandatarios aplican todo el potencial de injerencia y disuasión de su inteligencia, propaganda y ejército, enviando advertencias a otros países que pudiesen seguir el ejemplo de Sadam respecto del dólar. La imagen subyacente parece ser: «Nos financian nuestro monumental gasto militar que usamos para vigilar que sigan financiándonos». Años después, comprendí la tesis de Cela Conde: Keynes encadenado.