Como todos conocemos, entre los pactos políticos que se nos vienen detrás de las cuestiones económicas y territoriales, estará el de una consensuada y necesaria -por estable y mejorada- reforma educativa. Un motivo suficiente para propiciar a la reflexión desde un impasse de calma.

Como es bien sabido, el pensamiento de Aristóteles sirvió para el desarrollo de la escolástica que pretendía racionalizar el universo de la Revelación. Tomás de Aquino (1225-1274), fue un aristotélico que procuró armonizar la filosofía -como ejercicio de la razón humana- y la teología- fundada por la revelación divina. De modo diferente, Guillermo de Ockam (1280-1350) fue un franciscano inglés que aportó al pensamiento, que las verdades de la Fe son inaccesibles a la razón; así, Dios deja de ser objeto propio de la mente. Y no es difícil comprender la enorme trascendencia que tuvo para la explicación del mundo de la que aún somos deudores, porque Ockam al aislar a la razón de la cuestión teológica, preparaba el auge del pensamiento matemático del Renacimiento. Es decir, proyectaba una cuestión en torno a la experiencia, desarrollada después por numerosos importantes pensadores y científicos a lo largo de los siglos, pero que, aún hoy en día, con los lógicos matices, nos seguimos planteando, por irresueltos en nuestro universo cotidiano: ¿No estamos dilucidando desde un punto de vista ético o moral, qué hacer con la maternidad subrogada?; ¿Qué posición tomar respecto a la experimentación con animales?; o ¿Qué justificación sustenta nuestra actitud respecto a los refugiados?

Lo que supondría relegar a la filosofía como elemento secundario, sería considerar a su historia como superada, buscando un argumentario paralelo al del método científico en vez de contemplarla como a una conveniente actividad crítica ¿Qué interés practicista puede tener hoy en día, estudiar la astrología como una asignatura de la medicina, que, como tal, perduró cientos de años? Es seguro que ninguno. Pero no todo en este mundo es así de extrapolable, y la simple experiencia estética nos lo pone fácil: ¿Acaso podemos asegurar una determinante superación artística entre un conejo de aluminio de Jeff Koons y el San Jorge de Donatello; por exponer, como ejemplo, dos obras, que cada una en su tiempo, fueron consideradas como absolutamente revolucionarias?

¿Qué podemos traslucir de nuestras obvias deducciones? Que el «progreso» no es un camino global creciente y uniforme, y que ni siquiera las convicciones éticas acerca de las actitudes han sido definitivamente resueltas en medio del laicismo.

Aquellos que juzgan que la filosofía debe relegarse al ámbito optativo, o ser considerada como una «maría» de aprobado general, se apoyan en la utilización del tiempo lectivo dirigido hacia un practicismo incompleto, a mi juicio; desconsiderando que la filosofía proporciona las esencias para cualquier diálogo transformador como una útil herramienta para repensar las cuestiones que atraviesan nuestra época, proporcionando, por ejemplo, libertades suficientes para independizarnos de intereses globalizados que nos superan con facilidad, diseñados por las compañías, por la voracidad de los banqueros y por la insolidaridad del egoísmo circundante, facilitando capacidad para desarrollar de ese modo posiciones críticas en nuestro proceso de realización personal.

Porque, mientras tenemos suficientes médicos, pilotos de aviación, músicos, o incluso investigadores avezados, de lo que precisamente escaseamos entre la mayoría dominante que nos rige, es de auténticos pensadores, que en vez de estar motivados por un interés a corto plazo para perpetuarse y subsistir, perciban la globalidad de las cuestiones por encima de la velocidad de cada día, dispuestos a intercambiar razonamientos con aquellos que se plantean los valores de un modo diferente; fruto, asimismo, de conceptos bien estructurados.

Relegar el pensamiento en el currículo docente, sería abandonarlo en aras a una supuesta practicidad dominada por la economía, como si los analistas de mercado, los algoritmos, o las cifras de los resultados, fuesen partícipes de una ciencia mucho más útil para proporcionarnos la felicidad y para hacernos comprender el mundo en el que estamos. Pero la experiencia nos enseña su fragilidad, porque un atentado en el corazón de occidente pone a temblar tan asentadas estructuras, y sólo un cohete lanzado por un iluminado oriental nos puede cambiar el mundo.

Lejos de parecerse a un estudio ausente de sentido, la filosofía nos enseña a pensar individualmente, a plantearnos la existencia teniendo en cuenta elementos menos manipulables, y sea cual sea la vocación de cada uno, le servirá de herramienta para pergueñar un criterio más elaborado y maduro hacia cualquiera de sus dedicaciones; es decir, para situarlo éticamente más feliz consigo mismo y más abierto a aceptar como asumibles, las distancias que lo separan de aquellos que, sólo en apariencia, nos aparecen muy distantes.