En cuanto que una bomba alargada es máxima expresión de la simbología fálica, Donald Trump y Kim Jong-un andan enfrascados en una riña machista por demostrar al mundo quién la tiene más larga. Se trata, por tanto, de una exhibición pornográfica de dos malos actores que han copado el centro de la pantalla internacional y han señalado al interés mediático cuál es el punto más caliente del planeta: la península de Corea.

El lanzamiento en Afganistán de "la madre de todas las bombas", que es un arma no nuclear de padre y muy señor mío, debe interpretarse como un gesto de aviso del macarra yanqui al estrambótico norcoreano acerca de los atributos de cada cual.

De manera que además de haber borrado de lo hondo de las cavernas a unos cuantos combatientes islamistas, el presidente de Estados Unidos ha apuntado a los cuartos traseros de su homónimo norcoreano con un supositorio de funda naranja de nueve metros de largo. No decae la escalada de la tensión: bombas y vaselina en lugar de, como antaño, mantequillas y cañones.

Desconocemos por ahora si este muestrario insolente de bravuconadas, de alarde de la erótica del poder, derivará en un conflicto bélico a gran escala, pero conociendo la afición de Trump por el empleo insano de las redes sociales, no descarten que la declaración de la Tercera Guerra Mundial se lleve a cabo en Twitter mediante un mensaje de 140 caracteres.