Esta semana se ha reunido el cónclave anual del Instituto de la Empresa Familiar (IEF) que reúne a las grandes empresas españolas, una parte muy relevante del tejido productivo. Si los grandes empresarios respiran optimismo, las cosas de verdad van bien. Ellos no quieren ganar elecciones, sino apuntalar sus empresas. Cada año realizan una encuesta entre los asistentes y la nota que han puesto a la situación económica actual ha sido un 5,88, la más alta de la historia del IEF. Además, un 75 % dice que aumentarán sus inversiones en España, un 50 % que incrementarán plantillas y sólo un 9 % que las reducirán.

Pero esto es sólo una parte de la foto, ya que también este año, y por primera vez, el IEF ha decidido suprimir la segunda parte de su encuesta, la política. La única explicación de fondo es que hayan creído que no iba a aportar nada positivo y que estén cansados del lío político. Y tienen razón porque, pese a que el PP ha logrado medio aprobar los presupuestos (le falta aún el voto de un diputado canario), el horizonte se ha ennegrecido.

Decía la semana pasada que Rajoy es un hombre de suerte. La tiene porque la economía, con la ayuda de Draghi, va bien. No es sólo el IEF, la Comisión Europea subió el jueves medio punto la previsión del PIB de España. También porque la existencia de Podemos impide un gobierno alternativo y porque el PSOE -pese a que resiste en las encuestas- está en un serio impasse y nadie sabe cómo saldrá.

Pero Rajoy tiene el patio revuelto en el PP. Lo domina -eso sí- pero la corrupción y la forma de enfrentarse a ella son una losa. No es sólo que tenga que declarar como testigo en el sumario de la Gürtel (un muerto en el armario que no muere), es que el latrocinio del PP regional de Madrid y del expresidente de la Comunidad utilizando la empresa pública Canal de Isabel II para su enriquecimiento particular, es escandaloso. Compite bien con el de la familia Pujol en Cataluña. Y González era la mano derecha de Aguirre, que tiene a su mano izquierda, Granados, en la cárcel por la Púnica desde hace dos años, después de que la policía encontrara fuertes sumas de dinero en el altillo de casa de sus suegros. Sería un milagro gestionar bien un país tan complicado como España con una mochila de corrupción tan pesada en las espaldas.

Pero aquí no acaban las desgracias. En los últimos días las grabaciones ordenadas por el juez Velasco han revelado detalles escabrosos. Por ejemplo, una conversación telefónica entre Zaplana y el propio González en la que se congratulaban -antes de que se produjera- del nombramiento de Manuel Moix como jefe de la Fiscalía Anticorrupción. Y luego se ha sabido que Moix intentó frenar iniciativas de los dos fiscales del caso -e incluso destituirlos- y que sólo desistió cuando la junta de fiscales hizo frente común con ambos. Y un documento de estos dos fiscales acusando veladamente al secretario de Estado de Interior, José Antonio Nieto, de haber chivado a González algo de la investigación ha generado gran conmoción. El escrito de los fiscales es vago, pero estos sostienen que era secreto y que fue Moix quien lo filtró para entorpecer la investigación. Pero, ¿es posible un secreto en un juzgado?

Moix ha intentado también apartar a los dos fiscales del 3 % catalán, aunque ha tenido que dar marcha atrás, al menos de momento, porque el fiscal general no le ha respaldado. Total, que tenemos a los fiscales Anticorrupción en rebelión contra su nuevo jefe, al que acusan de obstaculizar su trabajo y proteger a altos cargos del PP. Es normal, pues, que Cs, PSOE y Podemos protesten airadamente, pidan la dimisión de Moix y, con menos énfasis, la del fiscal general, José Manuel Maza, y la del patoso ministro de Justicia, Catalá.

Y la respuesta de Rajoy, aquí no pasa nada salvo que Moix es un fiscal excelente, no es de recibo. Puede que la Fiscalía Anticorrupción peque de justiciera, pero da la sensación de que el Gobierno, con los nombramientos de Maza y Moix, está intentando -con bastante desacierto- enterrar sus muchos pecados de corrupción.

La economía va, el PSOE se pelea y Podemos quiere la revolución. Como diría Trillo, ¡vaya tropa! Rajoy tiene suerte.

Siete ideas sobre Macron

El presidente Trump ha destituido al director del FBI, que indagaba vínculos de su campaña con Putin. Temía acabar con un «impeachment», como Nixon. Y quizás ha dado un paso hacia ello. Pero reincido en escribir de Francia porque el triunfo de Macron será quizás la noticia europea más relevante del 2017. Ahí van siete ideas.

Una. La ola populista que los catastrofistas decían imparable -como la de Trump en Estados Unidos- existe, pero está abortando. Perdieron en Holanda en febrero, han fracasado ahora en el asalto a París, la plaza más relevante, y las encuestas dicen que en Alemania -donde no podían ganar- van a la baja.

Dos. En Francia, con 253 muertos en atentados islamistas, un paro del 10 % (alto para la UE), desprestigio de la política, escepticismo sobre la UE (ganó el no en el referéndum de la Constitución europea) y nacionalismo-proteccionismo fuerte, había puntos a favor de Marine Le Pen, que dijo que era una batalla entre patriotas y partidarios de la globalización. Respuesta: Macron 66 %, Le Pen 34 %. Hay malhumor con el euro pero más pánico a salir.

Tres. La victoria de Macron es una derrota del populismo pero, al mismo tiempo, un serio varapalo para los partidos tradicionales -derecha de siempre y socialismo clásico que no han estado a la altura ni con Sarkozy ni con Hollande.

Cuatro. En el mundo globalizado, sin modernización económica, sin empresas fuertes, no se puede ni competir ni pagar un Estado del bienestar que debe mantenerse y racionalizarse.

Cinco. La modernización económica exige un nuevo partido que renueve la clase política y reúna a liberales y socialdemócratas pragmáticos porque -historia aparte- las políticas aplicables de los dos grupos son compatibles e incluso similares.

Seis. Sin Europa no hay Francia con futuro. Alemania es un éxito económico, pero una Francia dinamizada puede ayudar a construir una UE más equilibrada que la actual, en la que Alemania domina demasiado.

Siete. Macron dijo que la tarea era inmensa porque sin una mayoría presidencial será muy difícil llevar a cabo el programa. Y la mayoría absoluta, sacar un diputado en 289 circunscripciones, no es una tarea fácil para un partido que acaba de nacer. La oportunidad es que los partidos tradicionales están en crisis.