Muy interesante es analizar la distribución estacional de la cubierta vegetal, son las tierras emergidas del hemisferio norte las que marcan la diferencia. De la ausencia casi total de vegetación en los inviernos helados a una explosión de verdor en los estíos. En el gran norte de Eurasia y América domina la tundra ártica, cubierta de nieve durante el invierno. El verano trae un incremento térmico que, aunque modesto, la desprende de su blanco manto. No destaca la tundra por su gran porte, dominada por caméfitos y hemicriptófitos, pero es suficiente para cubrir la totalidad del territorio de las áreas periglaciares. Al sur de la tundra observamos una estrecha franja sin contraste. Los grandes bosques de coníferas logran sobrevivir a base de no cambiar. El verano, la estación óptima, es demasiado corto para malgastar energía y tiempo en desarrollar hoja nueva, de modo que la hoja se mantiene, latente, en el duro invierno. El verdor es constante. Otra franja, más meridional, recupera el cambio. Desde Ucrania hasta Mongolia, muestra un tipo de vegetación menos perenne: la hierba. Las precipitaciones son escasas, en medio del continente, pero hacia el sur las temperaturas aumentan y, con ellas, la evaporación. Este balance hídrico, más deficitario, no da para el árbol. La hierba cumple un ciclo: muere en el frío invernal, renace en la primavera con el calor y las lluvias. Esta franja se amplía en el arco de grandes montañas asiáticas, desde los montes Altai hasta el Himalaya, pasando por las Tien Shan, el Pamir, el Hindu Kush y el Karakorum. Menores son los cambios en el trópico, aunque la línea de los 15º de latitud norte separa las recalentadas tierras del Sáhara de las áreas del Sahel donde llegan las lluvias estivales de la Convergencia Intertropical.