¿Cuántas veces hemos escuchado la palabra lealtad en los últimos meses? ¿Y en política? Cientos. Si uno acude a lo auxiliado de Wikipedia podrá leer «Lealtad; es una devoción de un sujeto o ciudadano con un estado, gobernante, comunidad, persona, causa o a sí mismo». Esto último (a sí mismo) lo aplaudirán algunos de los que se dedican a esto de la política, incluso alguno de mis compañeros. La pregunta es ¿a quién debe ser fiel el político que representa a los ciudadanos? ¿Al partido al que pertenece? ¿Al ciudadano que le votó con un programa electoral concreto? ¿A los responsables de ese partido? ¿A él mismo? Desde mi humilde punto de vista la respuesta debería ser clara y cristalina. Leal al ciudadano que depositó su confianza en un político para que le diera voz en la «casa de todos», sobre todo en base a un «contrato», a un programa electoral concreto, cerrado. ¿No apostamos precisamente por eso? ¿Por regenerar la democracia? ¿No dijimos casi todos los políticos en nuestra larga campaña que el programa es un contrato con el ciudadano? Los aparatos degradan los ideales.

En nombre de la eficiencia del funcionamiento del propio partido y del «sacrosanto» objetivo de alcanzar el poder son capaces de decir que un cambio de ideología es un cambio semántico, son capaces de elegir a los más «sibuanistas» en vez de a los más talentosos. Les da lo mismo que se sepa o no leer un texto en un atril. Por eso no se puede ser exclamo de un aparato que normalmente acaban gobernando/desgobernando los partidos.

El pasado día 25 de abril defendí en un acto institucional la mejora de la financiación y mejores infraestructuras para nuestra Comunitat Valenciana. Lo habíamos firmado, nos habíamos comprometido, ya no solo hasta en tres ocasiones en las cortes valencianas, sino en precampaña. Yo tengo un compromiso de lealtad con el ciudadano por encima de las decisiones de un miembro de mi partido, incluso por encima de las decisiones que se toman en el seno de mi partido. Respeto todo y a todos, y las actitudes «incondicionalmente obedientes» y de aplauso cerrado a las decisiones de un aparato engrasado para ser herramienta de elevar a los altares a quien convenga, pero insisto, por encima del beneficio de un partido están las políticas que benefician a los ciudadanos que nos votaron. Y ahí estaré, pese a quien pese.

Y a aquellos que desean y que utilizan expresiones como «el último, que cierre la puerta», pues oiga, ¡que forma más interesante de entender la democracia! ¿Van a devolver el acta los diputados que se presentaron con un ideario y un compromiso firme y lo varían en medio de la carrera? Sobre la «lealtad» y «virtudes» de algún compañero que recorre proyecto conmigo no me voy a pronunciar. El ciudadano no es tonto, y los trabajos de trilero que ejercitan algunos creo que «ya no cuela». La C. Valenciana está infrafinanciada, e infravalorada, no solo hay que plasmarlo con un discurso de buenas intenciones, hay que dar el «do de pecho» y defender lo que uno tiene que defender, y sobre todo, donde toca. Nadie debería equivocar qué botón pulsar. Pulsen el de la Igualdad, la Solidaridad, el de la Justicia. Hay que ser prisionero de la conciencia de uno y del contrato que uno adquirió con el ciudadano con un programa electoral.

Los compromisos son para cumplirlos, o por lo menos intentarlo. Lo demás es la política que no me gusta.

Entre recluta y pensador, me quedo con lo segundo.