Veintiún años después, aquella fecha fatídica del 7 de agosto de 1996 pervive en la memoria de miles de personas. La destrucción del camping Las Nieves de Biescas (Huesca) por las aguas desbordadas del barranco de Arás, que mataron a 87 personas, es una de las efemérides negras de la historia de España, pero no deberíamos rememorarla con la limitada visión que caracteriza un episodio meteorológico notable, sino bajo el epígrafe de los grandes errores de planificación que han salpicado a las administraciones públicas. Antes de la mortífera riada ya hubo técnicos que avisaron en vano del peligro, y hoy es sencillo entender que estaban en lo cierto con una simple mirada: desde el cercano puerto de Cotefablo se aprecia bien el enorme cono de deyección del barranco, donde nunca debió autorizarse la instalación del camping.

La concesión de licencias en zonas inundables es una de las lacras de la actividad política, y debemos distinguirla de los posibles fenómenos atmosféricos violentos asociados al calentamiento global. Una cosa son los extremos climáticos y otra los errores oficiales, pero cuando ambos se juntan el desastre está garantizado. La naturaleza se encarga periódicamente de enseñarnos los lugares que no debemos invadir. En el caso de Biescas, además de ocuparse indebidamente el cono de deyección, se cometió el error de emplazar el camping justo debajo del propio cauce artificial del torrente, por lo que la violenta riada no sólo lo anegó, sino que también arrastró y destruyó las caravanas con la mayoría de los veraneantes en su interior, ya que se habían refugiado en ellas durante la intensa tormenta sin advertir el grave peligro que les acechaba. Además de las 87 víctimas mortales hubo 183 heridos. Dos decenios más tarde, en este aniversario, sería aconsejable que se reflexione sobre esta efeméride y que las administraciones públicas se pregunten a sí mismas si realmente han aprendido la lección.