Una vez más, la barbarie. Una vez más retumban los gritos salvajes de los lobos sanguinarios sedientos de masacres de inocentes. Una vez más nuestras interrogaciones, esas preguntas en cuanto a nuestra incomprensión delante la locura de los hombres.

El último atentado perpetrado por unos fous de Dieu, unos iluminados que se reclaman del Estado Islámico, en la Rambla de Barcelona no hace más que confirmar esta idea que siempre he expresado: esta barbarie que cometen estos monstruos decadentes ni son una supuesta manifestación radical de lucha de oriente contra occidente, ni una confrontación entre el islam y la cristiandad, ni un enfrentamiento entre el mundo árabe y Europa. Se trata de la representación más vil de la barbarie cruel y abyecta contra la civilización.

Y al comprobar, triste y amargo, el silencio, a veces la complicidad tácita y la falta de reacción de los musulmanes en cuanto a todas las barbaridades que se cometen en nombre del islam, me ha venido en la mente este ensayo de Stephane Hessel, publicado en el 2010. Este opúsculo de una treintena de páginas, que defendía la idea de que la indignación es el fermento del «espíritu de resistencia» se convirtió en un fenómeno de edición. El autor manifestaba, apoyándose en la idea sartriana de compromiso personal, de no aceptar como ineluctable las desigualdades de riqueza, criticar la política de inmigración de los gobiernos, y luchar contra la fuerza que representa el mundo financiero en la política.

En resumidas cuentas, tener el valor de denunciar todas las injusticias. De indignarse. Bajo el título de «Mi indignación a propósito de Palestina», elabora y desarrolla todo un capítulo a la situación impuesta por el estado de Israel a Palestina, y sobre todo a la franja de Gaza. Entonces, me pregunté cuántas voces musulmanas indignadas hemos oído delante de todas estas atrocidades que se cometen en nombre del Islam: raptos y degollamientos de extranjeros con el pretexto que no son musulmanes, las últimas matanzas de ciudadanos egipcios por ser cristianos coptos, los atentados de Charlie Hebdo, todos los inocentes asesinados en París, Túnez o Bamako, Niza y ahora Barcelona. Así como la destrucción de todas las estatuas y vestigios históricos de la época asiriana que asimilan a idolos. Toda esta barbarie, matanzas, exacciones, atentados, la represión, el miedo, etcétera.

Una interminable y macabra lista donde la muerte está siempre presente€ Y, sin embargo, ningún indignado musulmán que levanta la cabeza, denuncia, alza el tono, habla, escribe, para que se pueda escuchar otra voz musulmana : la de la tolerancia, del respeto al otro y de la diferencia. Palabras de paz, de aceptación del otro con su modo de pensar, sus creencias, o su ateísmo. Palabras de paz proponiendo una creencia iluminada, un islam de las luces. ¿Dónde están los musulmanes de buena voluntad, indignados, dispuestos a rechazar esta barbarie y condenar estas atrocidades que se cometen en nombre de su religión?

Hoy me avergüenzo de ser musulmán. Me avergüenzo, siendo de confesión musulmana, de que se aprovechan de mi religión y que me asimilan a estos barbaros. Pero, sobre todo, me avergüenzo también de que pocos musulmanes tienen el valor de indignarse contra esta locura. Indignarse contra esta barbarie que se comete en nombre de nuestra religión no significa renegrase del islam, pero al contrario es proponer un islam mejor y desde luego ser mejor musulmán y por consecuencia valorar nuestras creencias en su esencia y su etimología, es decir una religión fundamentada sobre el conocimiento, la razón y la paz.