Mi perro Tommy, un yorkshire con mucho carácter, tiene claro quién le da de comer. Hasta él sabe que no se toca la mano que le pone su pienso diario. Es pura supervivencia. Un instinto básico que no entienden los que defienden la ecotasa, otro impuesto sobrevenido a los visitantes.

Batimos todos los récords turísticos. No cesa el incremento en el número de viajeros, facturación y en la recaudación tributaria de estos contribuyentes de paso que se dejan los euros en hoteles, restaurantes y chiringuitos pagando religiosamente los impuestos del servicio.

Gran parte de la recuperación económica se la debemos a este sector boyante. Eso sí, lo hace vigorosamente gracias a los vientos de cola que nos traen turistas prestados de otros destinos más baratos pero hoy inseguros. Cuando amainen -que lo harán- veremos cómo queda el paisaje.

Pero con este subidón, nos creemos imbatibles. Somos así de chulos. Quien quiera venir que pague. Y que pague bien no sólo a hoteles y apartamentos cuyas tarifas crecen a dos dígitos, sino que lo hagan al erario público.

Su nombre: ecotasa. El argumento: compensar los daños al medio ambiente y proteger las infraestructuras frente a una avalancha de guiris que nos desborda. La realidad: voracidad recaudatoria.

Pagar por pernoctar con la falsa tesis de que unos eurillos no significan nada en la cada vez más abultada factura del alojamiento. A cambio, un luminoso en la cabecera de la cama como bienvenida al turista: usted es un idiota, que contamina, estropea y además molesta.

Nuestra visión de futuro es la que es: tan llana como corta. No sólo por encarecer el destino frente a otros competidores que pronto moverán su cola, sino por la tomadura de pelo que supone una tasa enmascarada con la protección del territorio.

Esto en un país donde los pisos turísticos nos convierten en territorio comanche. Un descontrol al que nadie pone coto y que permite clamorosas bolsas de ilegalidades, graves problemas de convivencia y enormes fraudes fiscales.

Pero no. Mejor poner ecotasas, el método chusco y rápido para compensar este gran agujero en la recaudación por el que se le escapan millones de euros a las administraciones.

Una tasa turística que en Cataluña y Baleares, zonas donde está implantada, no pagan miles de camas ilegales bajo el paraguas de la falta de regulación o la escasa inspección. Ni la ecotasa ni ningún otro impuesto, circunstancia que deberían tener en cuenta aquellos que la defienden en nombre del turismo sostenible.

Viviendas vacacionales fuera de la ley pero en la más absoluta impunidad que cobijan al turismo de alpargata. Ese que ni sabe comportarse, gasta al día lo que un bocadillo de chóped y, por supuesto, no deja un euro en las arcas públicas.

Así que antes de aplicar más tributos, qué tal si primero ponemos orden a este caos, acabamos con esa competencia desleal frente a los que sí pagan sus impuestos y sólo después pensamos si seguimos mordiendo la mano del que nos da de comer.